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Cajón de sastre

Dejando fiado
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“Dejando fiado”

Echar la vista atrás en ocasiones, incluso para recordar que para llegar a fin de mes había que ir dejando fiado en la tienda, nos sirve para reconfigurar nuestra mente y adaptarla al momento presente en el que vivimos. También para darnos cuenta de como buena parte de los individuos que componen la sociedad actual aquejan una preocupante indiferencia hacia aquellos que tienen al lado.

Esto último me lleva a reflexionar sobre situaciones cotidianas de mi infancia en las que, analizando de manera sosegada, y sin expectativa alguna de volver a repetir aquellas experiencias, me hacen más consciente que nunca de que, en algún momento, a lo largo de todo ese tiempo, viví pequeñas cosas que posteriormente fueron determinantes para convertirme en la persona que soy.

Lecturas que remueven el alma
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Lecturas que remueven el alma

Hacía mucho tiempo que no leía un libro y terminaba realmente removido. “El gato que venía del cielo” es la traducción literal de esta obra de apenas 160 páginas del autor japonés Takashi Hiraide, un texto que te llega a conmover por momentos si te consideras un amante de los animales y le das importancia a las cosas más pequeñas de esta vida, esas que inundan nuestro día a día y que en definitiva se encargan de dar forma a la misma.

Además, desde el inicio el autor va de cara; desde la primera página eres consciente de cómo van a ser las 159 siguientes. Es precisamente fruto de esa transparencia a la hora de exponer la historia donde radica la riqueza de esta obra. No seré yo quien desvele los acontecimientos, quien quiera saberlos, que le dedique una tarde de sábado y a buen seguro saldrá fortalecido espiritualmente. Solo decir que la trama se limita al transcurrir cotidiano de la vida de una pareja, y en medio de su existencia la presencia de un gato se convierte en parte protagonista de la misma.

Mis rutinas deportivas, las evidencias mezquinas y algunas convicciones de la edad
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Mis rutinas deportivas, las evidencias mezquinas y algunas convicciones de la edad

Tener animales en casa, por lo general, desemboca en una rutina de horarios impuestos como consecuencia de las costumbres que estos adoptan en cualquier faceta de su existencia. Ya sea comer, dormir, o “hacer popó”, todo en ellos nace de manera casi exacta e inexplicable a la misma hora, en su borboteo de vida interior. Y como todo en general, la cosa en sí tiene sus ventajas e inconvenientes. No me centraré en estos últimos porque quizás, para algunos, puede que este habituamiento constante no les ocasione molestia alguna en su rutina diaria.

Respecto a los pros que se dan por esta consecución de hechos, en mi caso particular está el de hacerte madrugar de lunes a domingo, algo que acepto con buen gusto, ya que me da la posibilidad de poder realizar algunas tareas que yo mismo me he habituado a llevar a cabo precisamente en las primeras horas de la mañana, como por ejemplo salir a montar en moto para despejar esta Mente Corriente que precisa de desconexión en ciertos momentos.

Paseo matutino, sonrisa de oreja a oreja
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Paseo matutino, sonrisa de oreja a oreja

Como hago cada vez que mi tiempo me lo permite, me vengo a caminar un rato al paseo marítimo que recorre el perfil costero que delimita Los Alcázares de la zona de los Narejos. Y, como en cada ocasión, además de deleitarme con la bella impronta que me ofrece el Mar Menor, aún más en días como estos últimos del mes de abril, también disfruto como un enano con “la fauna” que me voy topando a cada metro de enlosado que recorro a buen ritmo.

Día cero
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Día cero

El tiempo es relativo, en ocasiones tanto que lo que para algunos ha podido ser un abrir y cerrar de ojos, para otros se ha convertido en un camino empedrado, lleno de baches y vicisitudes con las que atesorar un aprendizaje grabado a fuego para el resto de sus vidas. Días que se tornaron de desazón y noches donde la única compañía era el tic tac del reloj avanzando hacia una nueva mañana.

Cuando la amistad no entiende de sumas ni restas
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Cuando la amistad no entiende de sumas ni restas

Todos sabemos que cuando deseamos encontrar una expresión que se adapte bien a un hecho en cuestión, no hay nada como tirar de nuestro refranero español. En él podemos recurrir a infinidad de frases hechas y expresiones que llevan toda una vida dando sentido a nuestra cotidianidad. Entre estas sentencias tan ilustrativas, las cuales llevo comprobando su veracidad a lo largo de mis cuarenta y tantos y además de momento no he podido (aunque si intentado) ponerlas en duda, está la de; “Los amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano” a lo que podríamos incluso añadir, en ocasiones, “y a veces te sobran la mitad”.

Basándome en esta regla básica de suma y resta y echando un ojo en torno a lo que me rodea, estoy más cerca en lo personal de la parte añadida, que de la versión oficial del propio refrán. Por suerte, los que son de verdad, no a medias o según interesa, llegaron a mi vida en forma de premio, aunque en ocasiones haya necesitado muchos años para ser consciente de ello. Y entre ellos, tengo a uno muy especial, no solamente por su propia idiosincrasia, sino también por las circunstancias vividas de manera común y por separado. Las mismas que quizás dieran lugar a esa compleja alineación espacio-tiempo para que nuestras vidas terminaran circundando un camino paralelo.

"Panocha", hasta siempre
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«Panocha», hasta siempre

Siempre se van los mejores. No me pregunten por qué, pero es la sensación que atesoro en los últimos años cuando, por razones varias, he visto desaparecer a personas a las que realmente apreciaba por su calidad humana. Supongo que ese mismo sentimiento lo siente la mayor parte de la gente, cuando el que yace en el ataúd era uno de «los nuestros» o muy apegado a nosotros.

Este hecho se ha vuelto a repetir en mi entorno personal y mientras tecleo esta pequeña reflexión no se me va de la cabeza la conversación que tuve con Santiago, el «Panocha» para los amigos, justo un par de horas antes de prácticamente decirnos adiós para siempre. Se me eriza la piel al pensar que en ningún momento fui consciente de que esa sería la  última vez que escucharía su voz, mientras me comentaba algunas de las cosas que tenía pendientes de cumplir, en beneficio de su salud, en las siguientes semanas.

La calle de la eternidad
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La calle de la eternidad

Echar la vista atrás, en ocasiones, se convierte en un ritual nostálgico donde traemos hasta nuestra memoria aquellos momentos que, de manera selectiva, marcaron nuestro devenir para siempre. En la mayoría de veces intentamos dilucidar aquellos en los que la vida nos fue piadosa y mantuvo apartado de nosotros el látigo de la realidad. Por otro lado, ese mismo con el que nos suele azotar de manera asidua, sin explicación alguna. Indudablemente, en otras, llegan hasta el imaginario secuencias que desearíamos olvidar para siempre en el tiempo que tardásemos en dar un chasquido de dedos.

De igual forma, en el transcurrir de nuestra existencia hay, lugares, personas, sensaciones, que quedan grabadas a fuego en nuestra retina y que, para bien o para mal, nos acompañarán para siempre, teniendo su parte de importancia en un alto volumen de las decisiones que iremos tomando en lo sucesivo. Quizás el sitio donde pasaste tu niñez, adolescencia e incluso madurez, es uno de esos aspectos clave que te marcan para los restos.

El eco de la despedida
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El eco de la despedida

Ya he comentado en algún que otro artículo que, por cuestiones varias, me he visto envuelto en más de una mudanza en los últimos años, algo que, por desgracia, vuelve a suceder en estos últimos días. En esta ocasión no he sido yo el causante de tal desasosiego cotidiano, sino mi casero actual que ha llegado a la conclusión de estar cansado, palabras textuales, “de perder dinero con la casa”. Evidentemente, se refiere a la vivienda en la que mi mujer, dos perros, Goya, “la gata que venía del cielo” y un servidor habitábamos con total normalidad hasta hace apenas unas semanas.

Indudablemente, como firme defensor de la propia privada, la libertad de elección del individuo y el respeto hacia lo que no es mío, no me he opuesto de ninguna de las formas a la decisión tomada por el susodicho, más allá de hacer respetar mis derechos adquiridos bajo el contrato legal que ambos contrajimos con anterioridad. En cualquier caso no vengo aquí a hablar de los pormenores de mi cambio de residencia, asuntos transaccionales o decisiones tomadas bajo un prisma económico por terceras personas de las que poco o nada espero.

Diario de un "PePePe", o algo así
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Diario de un «PePePe», o algo así

Soy Danko, un simple perro que lleva ya bastantes lunas y soles viendo pasar el tiempo detrás de unos barrotes. Me recogieron de la calle una mañana que me pillaron desprevenido, tras haber logrado escaparme de la soga que me mantenía atado a un poste desde ni me acuerdo. Mi amo me colocó allí y nunca más volvió a soltarme. De vez en cuando me traía algo de comer y agua, pero nada más. Sin embargo, a base de roer la propia soga conseguí salir de allí… pero la alegría duró muy poco.

Apenas unos días después, varios humanos vestidos de azul me engatusaron con unas salchichas y yo, que andaba con el estómago vacío, terminé cayendo en su trampa. Lo siguiente que recuerdo fue despertar sobre la base negra de plástico donde duermo cada noche… No está mal, si lo comparo con el sitio donde tanto tiempo pase amarrado, pero tampoco es que sea el sueño dorado al que aspiraba cuando tan solo era un frágil cachorro acurrucado sobre el pecho de mi madre, mecido por el vaivén de su respiración.

Cuentos chinos en castellano
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«Cuentos chinos en castellano»

A falta apenas de unos días para concluir este 2024 tengo la impresión de que este ha sido el año que más deprisa ha pasado de mi vida. Dicen nuestros mayores que conforme vas cumpliendo primaveras, esta sensación de velocidad y abismo existencial se va incrementando de manera proporcional. Es decir, que el paso del tiempo como tal se convierte por momentos en una acción cada vez más efímera y volátil. De igual modo, echando la vista atrás a los últimos 12 meses, también estoy plenamente convencido de que en este 2024 ha sido el periodo de mi existencia en el que más “cuentos chinos en castellano” he escuchado.

Ya sean nuestros políticos, esos que nunca defraudan en este aspecto, o algunas de las personas que me rodean, en infinidad de ocasiones me he sentido timado en modo y forma por algunos de ellos-Supongo que este sentimiento también se habrá dado de forma inversa, así que pido mis más sinceras disculpas a todos aquellos a los que haya podido defraudar-Y no, no hablo únicamente en términos económicos (Hacienda somos todos), me refiero también a muchos de los aspectos cotidianos de los que depende nuestra supuesta felicidad.

Una vista al pasado: Cartagena en 1992
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Una vista al pasado: Cartagena en 1992

«Un paseo en coche por Cartagena. (Año: 1992)» Así reza el título del video que me pasaban hace unos días, vía WhatsApp, como enlace de la famosa red social Facebook. En él se visualiza, durante más o menos minuto y medio, la grabación realizada desde un coche, en el año 1992, de varias de las calles del casco histórico de la ciudad. Por ellas paseaban sus gentes y vehículos del momento, que por aquel entonces circulaban con total “impunidad” sin miedo de ser catalogados como muy contaminantes o poco ecofriendly. En definitiva, una forma de vida distinta, donde las preocupaciones eran otras y en la cual aún no éramos capaces de imaginar el rumbo que tomaría el mundo hasta llegar a nuestros días.

La realidad es que, ver estas imágenes, a mí cuanto menos me produce una profunda nostalgia y me trae recuerdos imborrables de la memoria, siendo yo un crío deambulando por esas mismas calles un día festivo cualquiera en familia. Precisamente unos metros más arriba de donde arranca la secuencia está la conocida Plaza del Lago, donde antaño los domingos desde bien temprano se creaba una especie de mercadillo que en ocasiones franqueaba la ilegalidad por los productos allí expuestos.

El miedo: Esa arma que no precisa de licencia
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El miedo: Esa arma que no precisa de licencia

Divagaba recientemente sobre la posibilidad de estar, probablemente, ante la sociedad más evolucionada que ha conocido el ser humano a lo largo de su historia, al menos en algunas materias que nos afectan a todos y cada uno de nosotros de manera global. Sin embargo, hay cosas que no han cambiado. O mejor dicho, se mantienen en esencia tal y como las conocemos desde su origen. Entre ellas el miedo y el efecto que surte entre todos nosotros cuando los que se encargan de infligirlo ponen en marcha la afinada maquinaria necesaria para lograr este cometido.

Teniendo en cuenta que hoy en día vivimos en una época en el que las relaciones entre los seres humanos han alcanzado su mayor plenitud, gracias a todos aquellos canales creados por estos mismos, llámense internet, redes sociales, telecomunicaciones y otras tantas formas de poder interactuar, es también más sencillo que nunca infundir el miedo entre la población. De hecho, todos los avances tecnológicos en este sentido han facilitado esta labor a esa pequeña minoría generadora del mismo, en pro de su propio beneficio.

Gregoria, Goya para los amigos
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Goya, «La gata que venía del cielo»

Hace unos meses tuve una lectura a la par de entretenida que de enternecedora: “El gato que venía del cielo”, del escritor japonés Takashi Hiraide. En ella se va desarrollando una historia, a lo largo del tiempo, en el que el propio escritor y su esposa, así como un gato callejero, forman el trío protagonista de la misma. Un servidor, mientras abordaba la trama propuesta por el autor nipón, no podía evitar las comparaciones, esas que en muy pocas ocasiones no se convierten en odiosas, por la similitud entre los hechos argumentativos de la obra, con los acaecidos en mi propia vida a lo largo de los últimos años.

Grosso modo, mi mujer y yo también terminamos adoptando una gata de la calle que, por momentos, pareciera haber llegado desde un mundo muy lejano para acometer una misión; la de acompañarnos en este transitar llamado vida. La misma donde unos se apean sin explicaciones o porqués y otros entran de modo enérgico para ponerlo todo patas arriba y cambiar el rumbo personal de los que aquí nos quedamos consumiendo ese tiempo extra que se nos ha otorgado.

Emotiva despedida al final de la calle
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Emotiva despedida al final de la calle

Caminar es una de las cosas más sanas que existen en este planeta (redondo o plano, según a quien se le pregunte) que nos ha tocado vivir, al menos eso es lo que dice la medicina actualmente. Intento a diario aplicar esta actividad en mi rutina y lo hago realmente a gusto. Además, te ayuda a desconectar, a pensar en tus cosas y en ocasiones a poder observar cómo funciona el mundo que te rodea. En especial la gente que en ese momento también ha optado por realizar esta actividad física o simplemente pulula por la calle realizando cualquier tarea cotidiana.

Hace unos días, en uno de estos paseos matutinos, me percaté de algo que por un momento llegó a enternecerme, dada la imagen que aquel hecho representó en lo visual. Pero sobre todo en lo que supondría para aquellas personas que en conjunto, y sin ellos saberlo, daban habida cuenta de nuestra necesidad de tener cerca a los nuestros, incluso cuando nuestra vida va viento en popa a toda vela y nos creemos literalmente intocables.

La sala de espera y sus variadas realidades
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La sala de espera

Si hay un lugar pintoresco dentro de un hospital, ese es sin duda la sala de espera. Digo hospital, pero también es válido la de cualquier centro médico local. En cualquiera de los casos, las salas de espera son lugares donde en reiteradas ocasiones, en un corto periodo de tiempo, o mucho, según el fulano que lo sufra, puedes llegar a ver lo mejor y lo peor que puede encarnar la raza humana.

Puedes incluso llegar a conclusiones que en ninguna otra parte serían más clarividentes que en ese preciso lugar. Porque como digo, una sala de espera está repleta de gente, por lo general, si hablamos de cualquier hospital de cierta relevancia en una zona determinada. Hasta allí se desplazan personas de todo tipo, con afecciones variadas y niveles de gravedad distintos.

Preparados, listos… Hasta siempre
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Preparados, listos… Hasta siempre

Llevo como una hora sentado en un incómodo banco a la puerta de un tanatorio, viendo la vida pasar, nunca mejor dicho. Desde hace unos años siento una mezcla de desasosiego, malestar y fobia a partes iguales cada vez que, por motivos puramente relacionales, tengo que acudir a uno de estos recintos mortuorios. Quizás por ello siempre evito mi presencia en estos lugares, salvo que la relación con el fallecido y la familia sean tan estrecha que no me permita de ningún modo, al menos moralmente, escapar al mal trago de hacer acto de presencia.

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Amarga carta de despedida: Hasta siempre Chanel

El pasado lunes de madrugada nos dejaba para siempre Chanel, un “simple perro” para algunos, casi una hija para un servidor. Puede soñar extraño, cursi e incluso indecente decirlo, pero es lo que siento y exponer el tema en otros términos sería cuanto menos hipócrita por mi parte y estas frases dejarían de tener el significado buscado, al menos para mí.

Unos ojos que nunca mienten
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Unos ojos que nunca mienten

Todo el mundo que tiene un perro en casa sabe que en la mayoría de ocasiones, por no decir en todas, represente la alegría del hogar. Creo que no existe ser vivo sobre la faz de la tierra que englobe una serie de características tan positivas; Nobleza, fidelidad, amor, inteligencia, lealtad, etc.

El gato de mi vecina
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El gato de mi vecina

Llevamos cinco años instalados en la casa donde vivimos actualmente y desde prácticamente el primer día nos tropezamos con un misino que a priori parecía afable, pero que luego ha resultado ser un hijo de puta con todas las letras, o número de chip, si es que lo lleva puesto.

¿A qué te apuestas? (Basado en una historia… ¿Real?)
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¿A qué te apuestas? (Basado en una historia… ¿Real?)

Los hechos ocurrieron una mañana de mayo, cuando dos amigos de la infancia (me ahorraré los nombres para no manchar su honor, si es que les queda alguno), se encontraban preparados para lanzar su Kayak al Mar Menor y dedicarse durante un par de horas a eso de tirar de remo. Pero claro, ya sabemos que en ocasiones la realidad supera nuestras expectativas y entonces ocurren cosas como las que sucedieron.

Los peligros del deporte
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Los peligros del deporte

El mencionado gimnasio ha supuesto un antes y un después en la vida de la de los residentes del lugar y no precisamente porque la mayoría hayamos terminado ejercitando nuestra silueta en sus instalaciones por pura iniciativa. Más bien porque, a modo de reclamo, han colocado a un monitor de 1,90 m de altura que pareciera un Adonis tallado por los dioses. O mejor aún, que hubiera regresado de entre los muertos para seguir dándole lo suyo a la infiel Afrodita mientras esta, arrastrada por sus calenturas internas, se los ponía al inocente Hefesto.

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