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¿A qué te apuestas? (Basado en una historia… ¿Real?)

En la actualidad llegar a los cuarenta y estar físicamente acabado, es decir, que el conjunto músculo esquelético que sustenta nuestras almas esté bajo mínimos en materia de resistencia, fuerza, pero sobre todo salud, supone para muchos un complejo realmente problemático.

Esto ha provocado que en los últimos tiempos lleve, a todos aquellos que cumplimos esas dos condiciones, a lanzarnos al mundo del deporte de manera desaforada y sin control, con consecuencias, en ocasiones, sin la mayor importancia y en otras, como os la que os voy a contar, a tener que ser rescatado por Protección Civil Marítima y la Guardia Civil.

Los hechos ocurrieron una mañana de mayo, cuando dos amigos de la infancia (me ahorraré los nombres para no manchar su honor, si es que les queda alguno), se encontraban preparados para lanzar su Kayak al Mar Menor y dedicarse durante un par de horas a eso de tirar de remo. Pero claro, ya sabemos que en ocasiones la realidad supera nuestras expectativas y entonces ocurren cosas como las que sucedieron.

“¿A qué te apuestas que llego a la Manga del Mar Menor y vuelvo en el kayak?”

Como digo, ambos llevaban una temporada dándole vueltas a eso de realizar algún deporte con el que volver a sentirse fuertes y tonificados y por qué no algo más agraciados estéticamente. Ambos, sumidos ya en la cuarentena varios años, rebosaban ganas y aptitud de comenzar con aquella aventura deportiva que les había recomendado un tercero, llamémoslo Gaby, que llevaba varios años metido en el tema y ya gozaba de algo de experiencia.

El problema radica en que, como ya todos sabemos, no se puede empezar la casa por el tejado y en esto del deporte es algo que se aplica de manera incontestable. En cualquier actividad física lo mejor es ir poco a poco y aún más cuando tu cuerpo parece un engranaje oxidado que ha estado metido en una caja de almacén toda una vida.

Pero estos dos pájaros tenían muchas ganas de ponerse fuertes en cuatro días y aquella mañana, con tan solo una salida anterior, Agustín, por ponerle un nombre, le dijo a su compadre Javi, el segundo en cuestión: “¿A qué te apuestas que llego a la Manga del Mar Menor y vuelvo en el kayak?”

El otro, que ya conocía los arranques de este y que además sabia de lo sencillo que era meterlo en vereda, lo alentó con mensajes subliminales que cualquier macho alfa conoce y que es mejor no poner aquí. Solo decir que las palabras faltan, huevos, puta o madre, estuvieron presentes en todo momento en aquel coloquio momentáneo que casi termina en tragedia una hora después.

Avisó al 112 de lo que estaba ocurriendo, aunque a decir verdad él no tenía ni idea de la gravedad que revestía el hecho en sí.

Asi que ambos se metieron en el mar con sus respectivas canoas y al grito de «¡vamos!», se subieron cada uno en el suyo y comenzaron a remar. Agustín le imprimió rumbo al asunto y a la vuelta de unos minutos ya atesoraba una buena ventaja sobre su compañero. Llegados a la mitad del trayecto, más o menos unos 5 kilómetros, el primero empezó a notar como se le entumecían los brazos, y echó una mirada hacia atrás para ver donde estaba el compañero.

Para sorpresa del colega, este se había dado la vuelta y estaba ya nuevamente casi en la orilla desde la que habían iniciado el reto. Pero esto no era excusa para abandonar aquella machada impulsiva que, unos 40 minutos antes, el mismo había formulado sobre la arena de la playa, desde donde había comenzado su aventura que terminaría tornándose en una odisea difícil de olvidar.

Asi que, en un ataque de virilidad, Agustín siguió remando en dirección a La Manga. Pero por algún motivo, en un momento determinado empezó a rachear viento de costado, y el kayak empezó a mostrarse inestable, al punto de que en uno de esos golpes de aire este se dio la vuelta casi por completo, dejando al bueno de Agustín apresado dentro del cacharro y sin posibilidad de ponerlo derecho.

Mientras tanto, en la otra orilla, Javi miraba expectante la silueta diminuta de su compañero, sin saber que podría estar a punto de morir ahogado si alguien no le echaba una mano a devolver al Kayak a su posición natural. Por momentos, Agustín sentía una mezcla de impotencia y vergüenza que no le dejaba ni siquiera reaccionar ante la situación que se le había presentado en cuestión de minutos.

—A veces es mejor tener la boca cerrada, estar gordo y no echarse novia, señor agente. No vuelvo a hacer deporte en mi puta vida, que casi me mato yo solo.

Asi que finalmente y tras varios minutos intentando volver a la posición horizontal y no lograrlo, como pudo, alcanzó una pistola de bengalas que llevaba en el lateral y la disparó hacia arriba. Mientras tanto, Javi, perplejo en la orilla, a medias descojonado por la situación y, por otro lado, algo asustado de sí por algún casual, a Agustín estaba a punto de sucederle algo grave, avisó al 112 de lo que estaba ocurriendo, aunque a decir verdad él no tenía ni idea de la gravedad que revestía el hecho en sí.

Hasta el lugar acudió la patrullera de Salvamento Marítimo, que se encontró a Agustín a punto de desfallecer por intentar mantenerse derecho sobre el Kayak y no terminar con la cabeza hundida en el agua. Como pudieron cortaron las correas que lo sujetaban a este por la cintura y ahora sí pudo liberarse de la pequeña embarcación. Una vez en la patrullera de la Guardia Civil, estos le preguntaron qué había ocurrido y este sin saber que contestar, lo único que se le vino a la mente y consta en el relato oficial del atestado fue:

—A veces es mejor tener la boca cerrada, estar gordo y no echarse novia, señor agente. No vuelvo a hacer deporte en mi puta vida, que casi me mato yo solo.

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