Me paro a pensar cuántas veces habré escuchado esta célebre frase extraída de nuestro refranero y la verdad es que han sido cientos si no miles las que, de una forma u otra, alguien me la espetó en mitad de alguna conversación, o lo hicieron con otro u otra dentro del mismo contexto.
Y la verdad, si analizamos tranquilamente cada una de las ocho palabras que la componen y el significado de estas en conjunción, y particularmente en este orden, habría que decir que estamos ante una verdad casi absoluta aplicada a prácticamente cualquier campo de la vida.
En ocasiones nuestra existencia se torna amarga, desfavorable o insustancial. Nos quedamos en medio de la nada sin saber hacia dónde ir, qué hacer con nuestras vidas o qué camino tomar en determinados momentos. El miedo por lo general nos deja bloqueados y nos hace saber que no seremos capaces de esto o lo otro. Además, siempre tenemos cerca a algún cenizo que, en un “afán de abrirnos los ojos”, nos insta a que depongamos nuestra actitud y nos dediquemos a esto o lo otro, con lo que seguro nos irá mejor.
Sin embargo, otras tantas veces tenemos la suerte de toparnos en nuestro camino con personas que, lejos de desalentarnos o interferir en nuestras decisiones, esas que en ocasiones se tornan incluso vitales, nos alientan a continuar, a batallar por todo aquello que deseamos o queremos e incluso nos hacen saber de nuestra valía. No solo por tener en mente este o aquel proyecto, da igual en el ámbito que estemos hablando, sino también por ser capaces de llevarlo a cabo o al menos intentarlo.
“Nunca es tarde si la dicha es buena”
Yo mismo he conocido casos de personas que han alcanzado sus metas a edades realmente avanzadas, dejando atrás las barreras que hasta ese momento le habían impedido hacerlo. Esto quiere decir que casi cualquiera de nosotros podríamos hacer lo mismo, o cuanto menos intentarlo. Si bien es cierto que no todo el mundo es válido para cualquier menester, tenemos por suerte la posibilidad de hacer el intento gracias, entre otras cosas, a haber nacido en una sociedad donde contamos con posibilidades, reales y tangibles.
Ahora bien, el no lograr una meta en concreto no es sinónimo de fracaso, para nada. Quizás el toparnos contra el muro de la realidad, en ocasiones, nos hace cambiar de rumbo llevándonos finalmente hacia nuevos destinos donde sí podamos llevar a cabo nuestras ensoñaciones o al menos convertirnos en mejores personas, para que posteriormente nos sirva para avanzar en nuestro discurrir.
Por eso es elemental grabarse a fuego en la memoria esta célebre frase y actuar en consecuencia con respecto al significado de la misma. Todos hemos pasado por mejores o peores momentos en nuestras vidas, pero, sin embargo, hay algo que debemos sacar en claro de todo ello.
“No todos los trabajos son igual de cómodos, pero sí igual de dignos”
Miguel Sánchez, profesor de primaria
Por más que nos tropecemos con una piedra en el camino, siempre tendremos la posibilidad de saltarla, ladearla, empujarla, hacia delante o detrás o incluso, llegado el caso, sacarla del mismo camino. Esto no solamente no hará más fuertes, también nos despejará la vista general del lugar donde nos hallamos en cada momento, ese sitio vital que marca a cada instante el porqué de las cosas y que parte de culpa tenemos nosotros mismos de que estas sucedan o no.
Pero más allá de luchas internas que nos ayuden o perjudiquen en lograr el objetivo, es esencial ser conscientes de manera plena si es este el que deseamos alcanzar con más ganas, o simplemente es una necesidad pasajera que no nos conducirá a ningún sitio. Discernir entre las cosas que son realmente importantes en nuestra vida, de las que no, es fundamental para alcanzar el éxito en cualquier cosa que nos propongamos.
No dejarnos llevar por modas pasajeras o indeseables que nos rodean sin más fin que hacernos caer o sacar algún beneficio propio a costa de nuestra inocencia, trabajo o benevolencia, se torna crucial para avanzar hacia una meta final. Hace muchos años, Miguel Sánchez, mi profesor de primaria, nos dijo en incontables ocasiones, en una de aquellas clases escolares que nos impartía a comienzos de los noventa, que “No todos los trabajos son igual de cómodos, pero sí igual de dignos”.
Años después he llegado a la conclusión, por mis propios aciertos y fracasos, que a aquella frase debería de estar escrita en la portada de cada libro que abre un niño en cualquier colegio de este planeta. Esencialmente, para que cuando este se convierta en adulto nunca pueda decir que nadie le avisó de que podría llegar a ser en un verdadero esclavo del sistema consecuencia de sus poco acertadas decisiones, convirtiendo su existencia en una odisea constante que jamás lo hubiese gustado vivir.