Vivimos tiempos convulsos, donde uno ya no sabe hacia dónde mirar para encontrar algo de sentido en todo aquello que nos rodea, situación causada, en la mayoría de ocasiones, por leyes o normativas arbitrarias carentes de utilidad o provecho para el grueso de la población. Las mismas que por lo general nos complican la existencia de nuestra cotidianeidad, por decirlo de manera suave.
Sin embargo, seguimos apoltronados en nuestros sofás, esclavos de las redes sociales, internet y todo aquello que nada tiene que ver con la vida real, la que respiramos, sufrimos y amamos a diario, en definitiva la que nos ha tocado vivir realmente y que por momentos pareciera que hemos olvidado por completo.
En medio de este caos existencial que azota el planeta, y nuestra espiritualidad a partes iguales, fenómenos tecnológicos como la I.A. (Inteligencia Artificial), avanzan a pasos agigantados. Promovidos estos por determinados entes supranacionales, los mismos que últimamente también deciden que es bueno o no para un país o como debe de pensar la gente, en términos generales, para posteriormente hacer lo que les dé la real gana con el devenir de esta.
«Quedándonos en las consecuencias directas a corto plazo, ya podemos decir abiertamente que millones de personas perderán su trabajo»
El caso es que, cuando a la “inteligencia natural” se le echa en falta más que nunca, la denominada Artificial va tomando el mando en muchos aspectos de nuestro día a día. Se da el caso además que, con determinados sistemas referidos a este campo, se pueden llevar a cabo cosas realmente importantes y ventajosas para la humanidad, ya sea en términos médicos, sociales e incluso económicos.
Sin embargo, una cosa lleva a la otra y pasar de lo beneficioso a lo “poco recomendable” es cuestión de tiempo e intereses varios de ámbito privado o de origen cuanto menos cuestionable. Podría incluso darse el caso de que a causa de la I.A. cupiera la posibilidad de perder nuestra autonomía soberana como personas, quedando totalmente atrapados a merced de un mundo virtual incontrolable por la humanidad.
A priori pareciera una majadería en toda regla, pero grandes personajes actuales del mundo empresarial y cultural, como Elon Musk, ya han avisado de las consecuencias catastróficas que tendría para la raza humana perder el control absoluto de los nuevos métodos basados en la Inteligencia Artificial. Algunos incluso van más alla en estas elucubraciones, como el propietario de AliExpress, Jack Ma, dando por hecho que iremos a la tercera Guerra Mundial, antes o después, si no paramos este tipo de avances tecnológicos.
«Una mente desocupada es sinónimo de un cajón lleno de frustraciones, problemas imaginarios e ideas poco loables para la convivencia»
Pero sin llegar a ese extremo, es decir, quedándonos en las consecuencias directas a corto plazo, ya podemos decir abiertamente que millones de personas perderán su trabajo, ya que este tipo de sistemas y redes neuronales pueden simular a la perfección, y con una previsible eficiencia, las tareas ordinarias que actualmente realiza cualquier trabajador dentro de actividades tan comunes y necesarias como la informática, asistentes telefónicos e incluso recepcionistas.
Además, no precisan de vacaciones, raramente se pondrán malos, salvo cortocircuito general, y no protestarán porque no les suben el sueldo ¿Vemos ya por la fina cuerda en la que estamos caminando? Pero esto es solo el principio, ya que estas mismas tecnologías podrán sustituir a medio plazo a traductores, empleados de fábrica, guías turísticos e incluso a especialistas dentro del sistema médico.
Llegados a este punto, uno se pregunta qué hará entonces la mayor parte de la población que no tenga un trabajo. A mí solo se me viene una cosa a la mente; Aburrirse como ostras y terminar suicidándose de puro aburrimiento y desazón. Porque una mente desocupada es sinónimo de un cajón lleno de frustraciones, problemas imaginarios e ideas poco loables para la convivencia. Con este coctel vital dando vueltas en la cabeza de millones de seres humanos, podemos empezar a plantearnos lo de una guerra de magnitudes épicas.
“Cuando los ordenadores tomen el control, puede que no lo recuperemos. Sobreviviremos según su capricho. Con suerte decidirán mantenernos como mascotas”
Marvin Minsky
Con todo esto sobre la mesa y elucubrando para mis adentros se me viene a la mente un capítulo de los Simpson en el que Homer es contratado por la Globex Corporation, propiedad de un Hank Scorpio, un terrorista internacional que tiene un plan para dominar el mundo. La familia se muda a una urbanización idílica en mitad de la naturaleza, donde todo está robotizado y Marge no tiene que encargarse de nada en lo referido a las tareas del hogar.
Esta termina, de puro aburrimiento, tirándose a la bebida y medio depresiva. ¿Sería este episodio de la famosa serie de animación otra de las tantas revelaciones que ya han dado a lo largo de su historia? Pues no sé si terminaremos en urbanizaciones de alto standing en mitad del campo, o de la Cochinchina, con la única preocupación de ingerir bebidas espirituosas, mientras máquinas de todo tipo gobernadas por I.A. se encargan de organizar nuestras vidas a cada momento.
Lo que sí tengo meridianamente claro es que cuando la humanidad ha intentado jugar a ser Dios, una parte de esta ha terminado pagándolo de manera notable y es muy probable que con la falta de inteligencia natural que padecemos en estos días, volvamos a vernos en una encrucijada vital sin retorno. Quizás Marvin Minsky, matemático alemán y padre de la I.A., tenía razón cuando, en 1970, auguraba aquello de: “Cuando los ordenadores tomen el control, puede que no lo recuperemos. Sobreviviremos según su capricho. Con suerte decidirán mantenernos como mascotas”. Al tiempo.