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EE. UU. detrás del sabotaje del Nord Stream

En los últimos días, la situación general del planeta, tal y como la conocemos, se va deshaciendo poco a poco como si del hielo de un glaciar se tratara. Debajo de la fina capa de hipocresía, maldad general e ignorancia por castigo van quedando visibles, aunque algunos todavía no sean capaces de percibirlo, las artimañas reiteradas de ese lejano y gigantesco país llamado EE. UU. Por si todavía el personal no ha logrado coscarse de cómo funciona esto, podríamos resumirlo de la siguiente manera:

Rusia, China e India le llevan comiendo la tostada, no solamente a los EE. UU., al mundo de forma general en la última década. Estas potencias de gran envergadura llevan muchísimo tiempo forjando un futuro a base de trabajo, constancia y valores. A algunos le puede sonar a risa lo que cuento, a sabiendas de que en estas potencias también se «cuecen habas» en materia de política, derechos humanos o libertad de expresión, pero ese no es el tema. Al menos no en estas líneas.

La cuestión empírica de todo este asunto es única y exclusivamente una lucha de poder que, en el peor de los casos, podría mandarnos a todos a donde Cristo o Mahoma, o yo qué sé, perdió el mechero una mañana que decidió hacer fuego. Y si de prender la hoguera hablamos, en las últimas horas los amigos estadunidenses no paran de meter leña al asunto y la probabilidad de que se quemen ellos y nos tostemos los demás, está cada vez más cerca.

Con varias de las provincias ucranianas que han declarado su independencia y a su vez se han anexionado a territorio ruso, si por un casual lo que queda de Ucrania, con la inestimable ayuda de la OTAN y alentada ya sin esconderse, aunque nunca lo pretendieron, por EE. UU. y Gran Bretaña, se les ocurriera atacar a estos territorios, ya no hablaríamos de una guerra civil, sino de un ataque real al estado ruso, con lo que todo ello conllevaría.

Llegado este punto hay que preguntarse por qué en las últimas horas han sido destruidos los gaseoductos Nord Stream 1 y 2 y por encima de cualquier otra cosa, quién ha sido el artífice de este ataque. Teniendo en cuenta que nuestros amigos los yanquis, llevan años presionando a Europa para que no consuman gas ruso, junto con el avivado fuego de los últimos días en el conflicto ucraniano, creo que no es necesario decir quién perpetró el ataque. Blanco y en botella, saquen sus cuentas.

Todo este proceso vuelve a llevarnos al inicio de esta reflexión. Por un lado, EE. UU. lleva años dando bandazos políticos, viendo reducir su poder a nivel mundial y como el personal ha dejado de llamarla la primera potencia del planeta. De otro, una Europa frágil, sin principios ni ideas, bailando siempre al vaivén de quien les pone música y donde el imperio se derrumba inexorablemente y sin remisión. Y en la popa de este barco llamado mundo, tres potencias realmente decididas a cambiarlo todo, con sus cosas buenas, pero también malas.

La conclusión de todo esto es que llegan días difíciles, no solamente para los ciudadanos ucranianos, o lo que queda del país. También para rusos y europeos en general. Porque, si llegado el caso, Rusia se defendiera de cualquier ataque rival con armamento logístico nuclear, se me eriza el vello solo de escribirlo, las consecuencias podrían llegar a ser realmente destructivas en términos generales.

Pero eso, como todos ya sabemos a estas alturas, a los precursores de toda esta fiesta les da exactamente igual. Siguen usando las mismas técnicas geopolíticas y militares, a las que ya casi podríamos considerar como mafiosas, desde los tiempos de María Castaña. Siguen sin comprender que todo se les puede volver en su contra y que luego suceden cosas como los atentados del 11 de septiembre y ven caer a uno de sus emblemas más importantes.

Pero eso ya da igual, eso es pasado. Si ahora les toca morir a otros miles de personas por las ansias de poder de un país derrocado moralmente hace mucho tiempo, tocará y punto. Todo sea por el bien común, o eso dicen ellos. El problema es que ese supuesto bien popular solo lo deciden unos pocos y los demás solo podemos seguir esperando a que caiga ya, de una puñetera vez, el meteorito o quién sabe, quizás algún petardazo nuclear que acabe con toda esta agonía existencial que padecemos.

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