Es sábado por la mañana, estoy atestado contra la barandilla divisoria de un campo de fútbol base, haciendo como que me interesa ver a los críos darles patadas a un balón. Pero la realidad no es esa. Es otra bien distinta y funesta, al menos para mí, para mis intereses personales, los que además se encargan de generar mi felicidad y bienestar y que progresivamente van a menos, según mis amigos más cercanos, han decidido dedicar su tiempo libre a llevar al crío al fútbol a todas horas.
Claro, más de uno me puede espetar, y no sin razón que, “qué suerte la mía”, de no tener hijos y estar prácticamente obligado al mismo rito religioso de cada fin de semana. Hasta el mismo día que al chiquillo, o chiquilla, se le antoje que sus días de jugador “pofesional” de fútbol— así lo diría uno de estos amigos más basto que un arao— ya no le sale de entre medio de las piernas ir a entrenar, jugar o hacer como que hace una cosa o la otra.
Entonces, llegado el momento, me imagino que cara se le quedarán a esos padres, ultras a más no poder que, tras haber sacrificado muchos fines de semana de su vida en llevar, traer o acompañar a la criatura al campo de fútbol, se dan cuenta de que su hijo no va a llegar a ser el futbolista que ellos soñaban. Mejor aún, que la fiesta es probable que empiece ahora, cuando ya no es que no quiera jugar al futbol, es que simplemente no sabe ni por donde le sopla el aire.
Este mismo padre que llegado el día del partido se acordaba de la madre del árbitro y de la madre de la madre del árbitro, es decir, su abuela, en varias ocasiones a lo largo de la duración del mismo
Pero esto es la sociedad actual, progreso lo llaman. Antes, si querías ir a jugar al fútbol, o practicar cualquier otro deporte, te buscabas la vida. O te ibas en autobús a entrenar o tenía que pasar por ti alguno de los entrenadores del club. También cabía la posibilidad de que alguno de los padres fuera uno de los anteriormente descritos y estuviera siempre dispuesto a llevarse a toda la tropa del barrio hasta las instalaciones deportivas donde estos desempeñaban tan noble actividad.
Este mismo padre que llegado el día del partido se acordaba de la madre del árbitro. Y de la madre de la madre del árbitro, es decir, su abuela, en varias ocasiones a lo largo de la duración del mismo. Y se podía entender que aquel tipo estuviera a todas las horas con esa rutina, básicamente porque él, en su momento, soñó con ser futbolista. Pero algo, alguien o no se sabe por qué, quizás ¿falta de talento?, llámenme loco, le puso la zancadilla en plena galopada hacia el estrellato y se le acabó la carrera, o el trote cochinero, según los ojos que lo miraran por aquel entonces.
De ahí a que ahora cualquier fulano con críos, en edad de jugar al fútbol, se pegue la mitad de su tiempo libre llevando a los vástagos a entrenar o jugar, cuando en su vida le ha dado una patada a un balón o ha sido seguidor de tan patrio deporte, me parece cuanto menos gracioso.
Hasta el nardo colgandero me tiene. Si no quieres jugar dilo y nos vamos, ¡joder! ¡Vamos hombre!, ¡mete la pierna o algo!
Nuevamente, más de uno podrá mirarme de arriba abajo y preguntarme quién soy yo para cuestionar nada, y una vez más, y ya van dos, no le faltaría razón. Otra vez. Pero hay que entender que este tipo de reflexiones llegan precisamente por la falta de entendimiento en este planteamiento tan anodino y sin sentido a partes iguales.
Haciendo aún más cabeza, intento verme allí, en esa misma barandilla en la que me apoyo ahora, por estar un rato de plática con el amigo de turno, gritándole a un chiquillo mío imaginario mientras la caga, una y otra vez, y se le ve sin ganas aquella misma mañana.
—Venga Manolo, ¡échale huevos ostias!, ¿para qué coño me he levantado a las seis de la mañana para traerte aquí si ahora no tienes ganas de correr ni de hacer nada? ¡Míster!, quita al crío que me lo llevo para la casa. Hasta el nardo colgandero me tiene. Si no quieres jugar dilo y nos vamos, ¡joder! ¡Vamos hombre!, ¡mete la pierna o algo!
Visto así soy aún más consciente de la suerte que atesoro. Por un lado, no tengo que echar mi tiempo libre en llevar a los críos al fútbol y por otro me he ahorrado que me saliera un paquete de manual. Por otro lado, como fue su padre imaginario, que ni tuvo carrera y ni tan siquiera un vulgar trote cochinero con el que poder alcanzar la ansiada meta de ser futbolista profesional.
Jajajaja estoy contigo, Jorge. Recuerdo aquellos años de David y luego Álex. Un suplicio. Sábados o domingos levantarse a las 6 o 7 para llevar al niño, y lo peor de todo a veces solo juegan 5 minutos porque puede haber algunos que juegan mejor, y tienes al tuyo ahí congelado en el banquillo para 5 minutos y con suerte. Algunos ni se mueven del banquillo. Joder, que son niños, no les quites la ilusión tan rápido. Bueno, y ya cuando los papás y mamás gritan, se meten con entrenadores, árbitros, y hasta con sus propios hijos porque no han tirado como a ellos les gustaría. Creo que uno de los días más felices que he tenido, fue cuando D y A dijeron que no querían seguir en este deporte.
P.D. Encantada de haber descubierto este blog, me encanta. Te seguiré leyendo.
Un abrazote.