Lo llaman de distintos modos; globalización, libre mercado, máxima competitividad… En resumen: Que gane el mejor. O no. Es curioso y aterrador a partes iguales el comprobar como este mundo se ha convertido en una lucha incesante por llegar primero a todo, donde la competencia feroz, y en ocasiones desleal, es la religión manifiesta que procesan millones de personas y empresas a lo ancho y largo del planeta tierra.
Pero lo más anecdótico de todo esto es como no hemos sido capaces de darnos cuenta de este cambio, social, económico, político e incluso vital, al que hemos sido sometidos de manera sibilina por parte de unos pocos, a lo largo de los últimos años. Muy pocos a decir verdad, aunque nosotros lo hayamos aceptado con una cobarde condescendencia inicial, sin llegar ni a imaginar lo que nos espera en un futuro no muy lejano.
Baraja española «Made in China»: una contradicción en sí misma
Y todo esto lo cuento a raíz de una imagen que ayer me dio que pensar, tras ir a visitar a unos familiares, Dionisio y Ramona, que de manera inocente jugaban unas partidas a la brisca. Un afamado juego de mesa que se lleva a cabo empleando una baraja de cartas española. Bueno, eso de española, al menos de fabricación, paso a mejor vida; “Made in China” se podía leer clara y concisamente en uno de sus laterales, además de manera bien grande, sin nada que esconder.
No, como antaño, cuando la denominación de los productos fabricados en países asiáticos venía bien escondida en alguna de las partes del envoltorio para que nadie se percatara de su procedencia y la tachara directamente de réplica o en el mejor de los casos falta de calidad. Esa percepción de originalidad aparejada al lugar de fabricación se extinguió hace mucho tiempo de las exigencias colectivas occidentales.
Sin embargo, a estas alturas de la película, ya no debemos hacernos sangre con estas cosas, básicamente porque hechos de este tipo, para la mayoría, se han convertido en pura normalidad. Ya no hay preguntas que hacerse o discernir sobre donde quedó todo aquello que formaba parte de una cultura nacional que ahora ni es cultura y cada día falta menos para que deje de ser nacional. Al tiempo.
Pero es que aquel detalle se me clavó en el alma. Descubrir que una baraja de cartas española, con la que hace tantos años jugué con mi abuelo materno en Águilas, Murcia, ahora se fabrica a casi 9.000 kilómetros de donde tecleo estas líneas, me parece cuanto menos curioso, pero a la vez mezquino y vulgar. Y no aludo a cuestiones nostálgicas, más bien estratégicas y de sentido común.
Lo lógico sería tener una baraja de cartas española Fournier, que se lleva fabricando desde 1877 en Vitoria, pero eso a casi nadie ya le importa. Hoy en día, si uno quiere una baraja de cartas, del tipo que sea, se va a comprarla a un bazar chino. Y quien dice una baraja de cartas, dice unas chanclas, una silla, un bote de Coca-Cola o un mantel. Da igual, en «el chino» hay de todo y, por lo general, más barato y lo que es mejor, al momento. Ya que el chino, el que regenta el local, está allí de lunes a domingo, los 365 días del año, para darnos servicio. Full-Time.
Lo que jamás nos paramos a pensar es cómo es posible que un producto venga desde la otra parte del mundo y se pueda vender aquí a un precio menor que el que fabrica «pepito de los palotes» en su humilde industria del pueblo. Pues es sencillo y a estas alturas todos sabemos cuáles son los engranajes del mercado asiático en términos generales. Baja calidad, (cada vez menos) cero derechos laborales de los trabajadores (esto sigue sin cambiar) y competencia feroz entre ellos mismos.
Así que nos podemos imaginar las posibilidades reales con las que cuenta cualquier autónomo medio español que intenta competir ante un gigante empresarial de estas magnitudes, sin poder aplicar el mismo nivel de cainismo dictatorial hacia sus empleados… ¿Complicado verdad? Lo peor del asunto es que estas minucias solo representan la punta de un iceberg tras el que asoma esa extensa capa que termina cubriéndolo todo en forma de globalización.
No tenemos ni la más remota idea de lo que hemos ido perdiendo a lo largo del camino y que jamás volverá. Todo bajo un plan ideológico de doblegamiento, (social, económico, cultural, etc.), primero ante la Unión Europea y seguidamente ante el resto del mundo. La vieja Europa, especialmente España, dejó de ser competitiva hace mucho. Ya no se pueden fabricar barajas de cartas y ganarse la vida con ello, salvo que venga un gigante grupo empresarial asiático, se haga con tus instalaciones y por supuesto tú entres por el aro de todas aquellas exigencias que terminen imponiéndote.
Eso si no deciden directamente llevarse la fabricación a China, India o Tailandia, por poner un ejemplo. Entonces ya no habrá opciones y tendrás que dedicarte a lo que aquí se nos da de puta madre: Servir cerveza, cantar flamenco y organizar corridas de toros, esas que, generalmente, se financian con el erario público en su mayoría. Mientras tanto, Ramona y Dionisio seguirán jugando con su baraja de cartas española “Made in China”, aunque eso para ellos, por desgracia, ya sea el menor de sus males.