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Las cajas de autopago llegaron a Decathlon

Ver con nuestros propios ojos la sustitución paulatina del ser humano por una máquina, en casi cualquier ámbito laboral al que nos refiramos, es ya casi un hecho al que deberíamos irnos acostumbrando por la cuenta que nos trae. Las nuevas tecnologías, combinadas con la llamada Inteligencia Artificial, y la falta de esta última en las cabezas pensantes que nos gobiernan, dan como resultado un cóctel explosivo que antes o después nos terminará estallando en la trompa.

Lo he vuelto a corroborar hace apenas un rato cuando, iluso de mí, buscaba una caja y el correspondiente operario tras de ella en una de las famosas tiendan Decathlon que encontramos en cualquier rincón de nuestra variopinta geografía. La idea era comprar un par de cosas de las que allí se venden, pero he salido con las manos vacías y un cabreo de tres pares de cojones por diferentes cuestiones que, en conjunto, ponen de manifiesto, una y otra vez, como nos vamos al garete sin remisión.

El caso es que he entrado distraído al local sin percatarme de que ya no hay ni una sola caja de pago convencional. Hasta no hace demasiado, la cadena ofrecía las dos alternativas. Tú comprabas lo que precisabas y luego decidías si hacías el pago como toda la vida o te ibas a una de estas cajas automatizadas y les ahorrabas a ellos directamente el trabajo.

Pero esto no es lo peor, para nada. A etas alturas de la película sé que no soy precisamente un ejemplo cuando hablamos de adaptación eficiente a la brecha tecnológica, pero más allá de eso no concibo que se imponga una forma de mercado que te deje incluso sin opciones de cómo realizar el pago en cualquier establecimiento. Con las monedas digitales llamando a nuestra puerta y estos sistemas de autopago en auge, el número de desempleados en los próximos años se multiplicará proporcionalmente al avance de ambas imposiciones.

Un ejemplo de este tipo de negocio y sus efectos en materia laboral lo tenemos en las gasolineras, donde ya nos hemos habituado a repostar nosotros mismos y hacer el pago sin que absolutamente nadie medie en el proceso. Hablo indudablemente del personal que se encargaba de hacer ambas cosas en cualquier estación de servicio de toda la vida.

Este modelo de negocio se ha ido extendiendo a otros sectores, en especial a las grandes superficies comerciales y ahora parece que también a otro tipo de establecimientos de menor rango, como el mencionado Decathlon. Sin embargo, más allá de haber soltado todo lo que llevaba y salido por la puerta tal y como había llegado, lo que más me ha sorprendido, por desgracia, ha sido la actitud de la chica que estaba a cargo de las diez o doce cajas de autopago.

Su función es la de habituar a los clientes al funcionamiento de las mismas, explicándole con detenimiento como deben de pasar los productos, las opciones de pago o como imprimir el ticket final. Eso si no prefieres directamente que te lo envíen al email.  El kit de la cuestión es que, cuando me ha visto mirando hacia un lado y otro, en busca de una caja convencional, me ha preguntado amablemente si podía ayudarme.

Yo le he respondido de manera gentil que no hacía falta y ya de paso también le he preguntado por las cajas de toda la vida, a lo que como es evidente me ha confirmado que definitivamente se han eliminado. La conversación ha seguido más o menos en estos términos:

-Marina (era el nombre que mostraba su identificación interna): -Pero, ¿es que no te llevas las cosas?

-“El mua”: -No, si no hay caja de pago al uso, no me las llevo.

-M: -Pero, ¿cuál es el problema?

-Yo: Que quiero una caja convencional para pagar. Yo no vengo aquí a hacer el trabajo de nadie.

-Marina: Ya, pero estoy yo aquí para echarte una mano por si no te aclaras (aquí he empezado a notar que me subía un calor preocupante por la cara).

-Yo: No necesito que me eches mano alguna. Es una acción reivindicativa, no comulgo con estas cosas. No estoy de acuerdo con estas mamarrachadas.

-Marina: La verdad es que no entiendo qué me quieres decir…

-Yo: Nada, solo estoy mirando por ti, porque en un tiempo aquí no habrá nadie, ya que todo el mundo sabrá cómo pagar y tú no tendrás trabajo, ¿lo has pensado?

-Marina: Bueno… Sí… Pero…

-Yo: Gracias Marina por todo y te deseo suerte, que le vas a necesitar.

A estas alturas Marina me estaba mirando con cara de pocos amigos y pensando “¿de dónde coño ha salido este gilipollas?”. Y no le falta razón, quién soy yo para predecir su negro futuro… ¿Rappel? Evidentemente no. Soy un simple cliente al que no le sale de la entrepierna pasar por determinados aros, aunque ello suponga que Marina, Pepita o Manuel me miren como a un rarito.

Por cierto, la chica no me ha hablado de usted en ningún momento, algo que me ha alegrado y cabreado a partes iguales. Por un lado, no me ha tomado por un “señoro” de esos que tiene que aguantar todo el santo día. Sin embargo, cuando uno está cara al público, en determinadas circunstancias, debe saber que existe un protocolo pactado entre cliente y empleado que se debe aplicar, algo que Marina, por lo que se ve, tampoco es capaz de discernir, al igual que su negro futuro en el moderno Decathlon de cajas de autopago.

Imagen: Revista C-Level

1 comentario en “Las cajas de autopago llegaron a Decathlon”

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