Cajón de sastre

El eco de la despedida

Ya he comentado en algún que otro artículo que, por cuestiones varias, me he visto envuelto en más de una mudanza en los últimos años, algo que, por desgracia, vuelve a suceder en estos últimos días. En esta ocasión no he sido yo el causante de tal desasosiego cotidiano, sino mi casero actual que ha llegado a la conclusión de estar cansado, palabras textuales, “de perder dinero con la casa”. Evidentemente, se refiere a la vivienda en la que mi mujer, dos perros, Goya, “la gata que venía del cielo” y un servidor habitábamos con total normalidad hasta hace apenas unas semanas.

Indudablemente, como firme defensor de la propia privada, la libertad de elección del individuo y el respeto hacia lo que no es mío, no me he opuesto de ninguna de las formas a la decisión tomada por el susodicho, más allá de hacer respetar mis derechos adquiridos bajo el contrato legal que ambos contrajimos con anterioridad. En cualquier caso no vengo aquí a hablar de los pormenores de mi cambio de residencia, asuntos transaccionales o decisiones tomadas bajo un prisma económico por terceras personas de las que poco o nada espero.