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Tú lo que estás es «desubicao»

Tal y como reza el título de esta pequeña reflexión, además empleando esta misma expresión, incluso el “desubicao” final, me intentaba hacer comprender mi situación, el camarero de una cafetería muy céntrica de Cartagena. Además, lo hacía de manera cercana como dándome a entender “tranquilo que hay mucha gente como yo que estamos en tu misma onda”, a pesar de no haber cruzado con él ni una sola palabra hasta aquella misma mañana.

Pero esta es la idiosincrasia que solemos tener los autóctonos cuando alguien se sienta en la barra de un bar a tomar un café y termina filosofando con el que hay tras la misma. Este último, en su tarea cotidiana de “aguanta penas” termina por intentar poner luz a tus pensamientos más oscuros y, en caso de no lograrlo, al menos te coloca en el mapa ficticio que delimita a la sociedad incluso, aunque como parecía que era mi caso particular, me hallara sin ubicación ni rumbo fijo. Vamos un desubicado de toda la vida.

El caso es que salí de aquel bar dándole vueltas a la cabeza reflexionando sobre aquello que el tal Miguel me había hecho saber en cuestión de minutos. Al principio sin dar mucho crédito a sus palabras, pero finalmente agradeciendo que me hubiera hablado claro aunque, para ser honestos, yo ya había llegado a esa conclusión bastante antes sin necesidad de que nadie me la ratificara en forma de charla distendida. Quizás solo me faltaba que alguien terminara enfrentándome a ella.

La realidad es que cada vez hay más “desubicaos” en esta sociedad, gente que por lo general no comulga con todo aquello y aquellos que pretenden cambiarla radicalmente. Las ideologías predominantes y todo lo que las conforman se han convertido en un conmigo o contra mí. Por el camino se han perdido los grises, esos que habitan entre ambos extremos. Pero lejos de encontrar coherencia y razonamiento a lo que ocurre, la tónica general demuestra que el número de acólitos a este tipo de pensamientos extremistas aumenta peligrosamente por momentos.

También el cupo de “desubicaos” que intentamos, precisamente justo lo contrario, encontrar nuestro lugar en medio del maremágnum social y vital que nos asola. Sin embargo, no es fácil sentirse cómodo en un escenario social en el que la imposición se ha convertido en palabra de Dios, además alentada de manera soez por medios de comunicación y entidades privadas que al sombraje de los chiringuitos mediáticos y públicos se encargan de dar cobertura a este tipo de conductas.

Llegados a este punto, intentando encontrar la brújula adecuada que marque con decisión el camino a seguir, ese mismo que no termine plagándose de víctimas morales fruto de sus propias decisiones, uno alcanza a dilucidar el final de una era provocado por el afán de unos pocos de controlar el mundo. A decir verdad, esto no ha cambiado a lo largo de la historia de la humanidad, aunque los peligros que hoy nos acechan quizás sean más dolientes para el alma que para lo carnal.

La pérdida de nuestra autonomía como individuos, es el principio del fin de la sociedad tal y como la conocemos. Temas tan dispares entres sí, pero a la vez eslabones de una misma cadena, como la pérdida paulatina de la privacidad, la falta absoluta de una separación de poderes, el exterminio del dinero físico o la soflama reiterada de nuestros políticos, se convierten en una trampa mortal para el desarrollo personal de todos y cada uno de nosotros. 

Por ende cada vez hay más extremistas, en ambos bandos, pero también más “desubicaos” que no logran atisbar el destino correcto hacia el que poder caminar. Quizás Miguel, el camarero que tras escuchar mi discurso mañanero mientras escrutaba mi desasosegado semblante terminó por sentenciarme hacia un deambular constante, llevaba más razón que un santo. Sin embargo, uno se resiste a las embestidas de esta nueva normalidad, esa que llevan implantando, con más fuerza que nunca, las elites globalistas a base de ingeniería social tras el conocido COVID-19.

La sensación final es que dentro de este Matrix en el que coexistimos, ubicados o justamente lo contrario, no somos más que parte de un decorado en el que no pintamos nada, más allá del papel que se nos haya encomendado a lo largo de la función. Sin embargo, algunos no logran entender que antes o después otros vendrán a relevarnos y lo que hoy es negro sin posible rebatimiento, mañana puede terminar siendo de un blanco pulcro. Todo ello para qué la historia, esa que gira sin parar en una especie de rueda de Hámster, vuelva a empezar una vez más bajo unas reglas totalmente distintas, dictadas por los mismos de siempre.

Imagen Freepik

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