UMC

Crónica de una muerte anunciada

¿Han sentido alguna vez esa sensación de que algo ha iniciado el camino hacia un final programado?… Supongo que sí. Ese es el mismo sentimiento que atesora buena parte de la población y un servidor que, por diferentes cuestiones, le ha tocado vivir en una Europa decadente y al borde del precipicio. Una civilización que parece derrumbarse a pasos agigantados en favor de otra nueva y totalmente distinta, donde previsiblemente se avecinan tiempos oscuros y aciagos a partes iguales.

Y no hablamos de algo que no se haya visto venir, de unas décadas a esta parte. Una especie de realidad invisible para todos aquellos que ahora y en lo sucesivo sufrirán las consecuencias de su reiterada dejadez, para nada. Por el contrario, los hay (los menos) que se han mantenido con los ojos bien abiertos y los sentidos puestos donde tocaba. Principalmente, lejos de la influencia de ese cáncer llamado progresismo, donde una gran parte de los medios de información, financiados por aquellos que han validado económica y socialmente esta ideología siniestra, enmascaran y manipulan situaciones y acontecimientos como los que se viven estos días en Torre-Pacheco y sus alrededores.

Torre-Pacheco convertido en un campo de batalla

Han pasado ya unos días desde que me pasaran las imágenes de Domingo, el señor apaleado por tres magrebís residentes en Torre-Pacheco, con motivo de “un juego” ideado entre adolescentes de dicha nacionalidad. Al verlas, además de sentir un profundo sentimiento de rabia, asumí definitivamente que estamos a las puertas de una etapa verdaderamente peligrosa tanto para la convivencia de aquellos que residen en este municipio, como para otros muchos ciudadanos europeos que se encuentran en una situación similar en otros lugares de nuestro continente.

Me refiero, como no, a las consecuencias de años de inoperancia institucional a todos los niveles, permitiendo una invasión silenciosa por parte de personas llegadas, en su mayoría, desde diferentes partes del norte y centro de África, de las cuales no tenemos información alguna sobre su pasado y posible historial delictivo. Esas mismas que ahora, para desgracia de todos esos que un día los acogieron con los brazos abiertos, y los que no, se han convertido en una seria amenaza para nuestra supervivencia, tal y como la conocíamos hasta no hace demasiado tiempo.

Una realidad que cae por su propio peso, a tenor de los recientes acontecimientos acaecidos en Torre-Pacheco, a lo largo de esta última semana. Por otro lado, entendible, teniendo en cuenta el nivel de hartazgo al que han llegado las gentes del lugar que han visto como su tranquilidad, costumbres y forma de vida se han ido deteriorando de manera progresiva y proporcional al número de inmigrantes que pueblan las calles del municipio, con un incremento de la criminalidad nunca antes visto en la zona. Los datos ratifican esta afirmación.

Todo ello sin contar que hay momentos donde los españoles parecieran minoría en su propia tierra. Solo hay que salir a dar un paseo por las calles de Torre-Pacheco, o cualquier otro pueblo de la zona, para comprobar esta teoría en primera persona. De hecho, a ciertas horas es «aconsejable» (según instan las autoridades locales de «manera no oficial»), no deambular por la calle solo. Mucho menos si quien lo hace es una mujer.

Es en definitiva una historia que se repite, una y otra vez. La misma de la que no hemos aprendido nada en cada una de las ocasiones que la hemos sufrido, ya que seguimos confiando nuestras vidas y porvenir a la misma panda de hijos de puta que se encargan de desmantelar ambas cosas sin tan siquiera preguntarnos, desde que el mundo es mundo y ellos manejan el poder. Por ende solo hay un culpable real en todo este asunto: Nosotros y nuestra desidia.

Como resultado volvemos a estar sobre un filo de navaja verdaderamente peligroso, donde no existen las medias tintas. Y ojo esto no va de ir “apaleando moros” como alientan desde diferentes facciones políticas con el único fin de hacer crecer su influencia entre esa masa gris, incapaz de distinguir lo que es bueno para ellos de lo que no lo es. Porque que a nadie se le olvide que aquí hay muchos Mohamed, Ali o Mustafá, que llevan décadas trabajando de manera honrada buscando labrarse una vida prospera. Pagando sus impuestos religiosamente y respetando al vecino, independientemente de su nacionalidad o credo.

Esos no son culpables de nuestra incapacidad de no saber separar la paja del grano. De no mantenernos firmes ante quien quiere jodernos o ser totalmente ineficientes cuando de gestionar un marco jurídico y político que sirva para defender nuestros intereses, anteponiendo estos a los de cualquier delincuente que entra de manera ilegal en nuestro país para posteriormente campar a sus anchas sin consecuencia alguna.

Cuando, tras haber sido testigos en primera persona del fracaso de los diferentes modelos sociales que se han originado en Europa, y ahora azotan a sociedades de referencia como la francesa, sueca, belga u holandesa, entre otras, como consecuencia de acometer terribles gestiones políticas, económicas y sociales en materia de inmigración, es verdaderamente patético que hayamos dado lugar a vernos en esta encrucijada, siendo cuanto menos recomendable aceptar las culpas e intentar amortiguar el zarpazo de realidad que nos viene, en la media de lo posible.

Sin embargo, más de la mitad de la población que hoy posee un DNI español, y tiene el derecho a voto, en unas próximas elecciones, a dos años vista, seguirá pensando que los «Pedros», «Albertos» o «Santiagos» son la llave de la solución, cuando, por el contrario, no son más que parte del problema. Y da igual quien termine medrando en las instituciones públicas a base de desarrollar una serie de políticas ad hoc en favor de sus propios intereses: Nada cambiará.

Nuestro sistema, tal y como está conformado, ya se puede afirmar abiertamente que se ha convertido un Estado fallido. Y no porque tres malnacidos apalearan sin motivo alguno a un señor septuagenario al que le gusta salir a pasear a primera hora de la mañana. Más bien porque no existen las herramientas necesarias para hacerles pagar por ello de manera contundente, avisando de paso a cualquier otro de la misma calaña de lo que le puede ocurrir, de no comportarse como debe en lo que todos creemos una sociedad civilizada.

Por desgracia, mientras que esta idea no cale en lo más profundo del subconsciente de todos y cada uno de nosotros, unos y otros seguirán manejándonos como marionetas. Ya sea para “apalear moros”, señalar como racistas y homófonos a quien lo haga (e incluso a quien no, según convenga), o simplemente mandarnos directamente al cajón de la intrascendencia. Todo dependerá de quien vuelva a tener las riendas del poder y entonces, ya solo cabrá preguntarse cuando se derrumbará todo como un castillo de naipes bajo el que quedarán sepultadas nuestras conciencias para siempre.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio