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Paseo matutino, sonrisa de oreja a oreja

Como hago cada vez que mi tiempo me lo permite, me vengo a caminar un rato al paseo marítimo que recorre el perfil costero que delimita Los Alcázares de la zona de los Narejos. Y, como en cada ocasión, además de deleitarme con la bella impronta que me ofrece el Mar Menor, aún más en días como estos últimos del mes de abril, también disfruto como un enano con “la fauna” que me voy topando a cada metro de enlosado que recorro a buen ritmo.

Ojo, que no se me malentienda, yo también formo parte de ese espectáculo visual en forma de gente andando, en bicicleta, a lomos de uno de esos dichosos patinetes eléctricos o simplemente aquellos que han decidido salir a sentarse en alguno de los chiringuitos que te vas encontrando a lo largo del recorrido. También los hay que prefieren disfrutar cara al sol sobre el poyete que separa la arena de la playa del propio paseo. Incluso los más valientes ya se dan los primeros baños de la temporada, aunque la temperatura supere por poco los 20 grados centígrados.

Por ejemplo, un tipo al que he visualizado hace ya un rato que camina de manera paralela a la playa, metido unos 15 metros dentro del agua, a la par que levanta y baja los brazos de forma coordinada. No sé si en un intento de relajarse, buscando realizar algún tipo de actividad física que le ha recomendado “el TikTok” o simplemente porque le sale de sus huevos morenos. Vete tú a saber. Tampoco pasa desapercibido otro caballero entrado en años que deambula apenas unos pasos por delante de mí. Básicamente, porque a pesar de la buena temperatura matutina (todo el mundo va en manga corta), va ataviado con pantalones de franela y jersey de lana y cuello alto.

Para más inri, el conjuntado look elegido por el señor en cuestión es de color negro, por lo que el solano se le está pegando de lo lindo. Da habida cuenta de ello las gotas de sudor que hacen acto de presencia en sus sienes y amplia frente. Solo él sabe el motivo de por qué esta mañana ha decidido salir vestido con ese atuendo a dar un paseo por la zona. Igual guarda luto por alguien, quién sabe, pero podría haber optado por un conjunto algo más fresco, por su propia comodidad.

Ya a la altura de la Plaza del Espejo veo venir de frente a una chica sobre una de esas bicicletas ochenteras de la marca BH. Aquellas de asiento corrido con respaldo y cambio de marchas sobre la barra central del cuadro que todos soñamos tener alguna vez en nuestra niñez. Lo curioso del asunto, según me percato, es que, conforme ella avanza hacia mí, los tipos con los que se cruza, terminan volviendo la cabeza para volver a mirarla alejarse mientras pedalea.

Y claro, cuando apenas la tengo a unos metros de distancia, entiendo el motivo: La tía es una verdadera musa, vestida con ropa de gimnasio, luciendo un moreno veraniego envidiable y pintada mejor que cualquier cuadro de Picasso. Luego, dándole vueltas a la cabeza, llego a la conclusión de qué igual todos aquellos que terminaban girándose, solamente querían mirar nuevamente la preciosa BH vintage de cross… ¿No?

No ha pasado ni apenas un minuto de lo anteriormente descrito cuando vuelvo a levantar la vista del suelo y a mi derecha, sentado en un banco de piedra, atisbo la presencia de un varón, aparentemente de nacionalidad India, que podría tener fácilmente entre 60 y 100 años. Su larga barba blanca, así como el enorme pañuelo que cubre su cabello, lo hacen resaltar entre los lugareños. También los ropajes típicos de su país que forman su sencilla vestimenta.

Este, con la vista fijada en el horizonte, no muestra la más mínima señal de distracción cuando paso frente a él. De hecho, yo lo miro de reojo y me doy cuenta de que en ningún momento ha abandonado sus cavilaciones para centrarse en los que por allí pasamos caminando. Me digo para mis adentros, “estará practicando dharana o alguna de estas técnicas espirituales originarias de su cultura”…

Las que sí practican, y además de manera muy eficiente, son un grupo de señoritas que, sobre la arena de la playa, asisten a una de esas clases de yoga tan de moda en nuestros días. Todas ellas van enfundadas en mallas y tops de deporte, indispensables para poder realizar con soltura posturas tan dispares como la del loto, la vela o la conocida en el argot como vaca. Esta última es algo así como ponerse directamente a cuatro patas mirando hacia la Meca. De hecho, en esos mismos momentos por los que un servidor pasaba a su altura, se encontraban de esa guisa.

Al igual que yo, también le llama la atención el cuadro “deportivo-costero” a un señor que pasa junto a mí en bicicleta, que literalmente se queda embobado mirando hacia el grupo de mujeres. Lo curioso es que al mismo tiempo que él pedalea muy suave, camina su mujer, en paralelo a este, a paso ligero. Y claro, la doña se percata de la distracción visual del colega y le reprende en ese mismo momento, apenas me han rebasado un par de metros:

-Tu andar no andas, pero gipar mira que te gusta.

-A ver si no voy a poder mirar los patos que hay sobre la arena (carcajada profunda y con clara guasa sobre las quejas de su mujer).

-Los patos… Cada día más viejo y más verde, como el agua del Mar Menor.

Y no, no mentía el caballero, porque justo al lado del grupo de yoga, paseaban tres o cuatro patos sobre la arena, esquivando a aquellas personas que han decidido pasear sobre ella. Creo que nunca había visto patos en esta playa, o quizás es que mi atención, al igual que la del tipo de la bicicleta, había estado puesta en otras cosas que no tienen plumas… A saber.

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