En el transcurso de la historia han proliferado infinidad de religiones a lo largo y ancho del planeta. Todas ellas se fundamentan en una serie de dogmas en los que la Fe es el pilar fundamental que logra sustentarlas. Sería de género tonto intentar encontrarle un sentido lógico a cualquier de ellas y, sin embargo, en su mayoría, cuentan con millones de adeptos que creen ciegamente en sus fundamentos.
Partiendo de esta premisa, en las últimas décadas han nacido, al calor de una serie de factores que más adelante enumeraremos, una serie de religiones sociales que, en la actualidad, se han convertido directamente en fuerzas elementales que vertebran de manera casi directa a la sociedad. O al menos condicionan su funcionamiento, logrando lobotomizar el pensamiento del individuo, que termina arrastrado hacia un sentimiento único que fluye en una sola dirección.
Poco ya podemos decir de corrientes de pensamiento tan manidas como el feminismo o la igualdad. Sin embargo, si de religión social hablamos, el cambio climático se ha posicionado a la cabeza de este Matrix actual en el que estamos sumidos. Para ello, los políticos de turno han decidido originar unos dogmas de Fe que han ido calando en la ciudadanía de manera directa y certera, instalándose en la conciencia social de todos y cada uno de nosotros.
El dinero como herramienta para propagar la Fe en el cambio climático
Evidentemente, para llegar hasta aquí se ha invertido tiempo y dinero. De esto último en cantidades indecentes, sustraído directamente del bolsillo de todos y cada uno de los que después hemos sido castigados por este sin sentido. Pero claro, todo este nuevo sistema que quieren montar tiene unas consecuencias, con las que a priori parecían no contar, y que empiezan a surtir efecto proporcionalmente al apriete de tuerca al que nos someten de manera constante en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.
Como comentaba al principio, hay una serie de factores que han incidido de forma continuada en el tiempo para poder alcanzar este fin. Hablamos, como no, del riego constante, con millones de euros, a instituciones, compañías empresariales o grupos de presión que se han encargado de que el mensaje cale en todos y cada uno de nosotros. Además, han manipulado los datos medioambientales a su apaño y antojo, para poder sustentar precisamente esos dogmas de Fe que mantienen viva esta nueva religión.
Las estadísticas ya no son veraces, no al menos si contradicen el discurso oficial. Tampoco aquellos profesionales en la materia que inciden, una y otra vez, que esto del cambio climático es un timo, reconvertido en la religión del siglo XXI y que terminará por cambiar de manera definitiva la vida de todos y cada uno de nosotros. Ya lo podemos ver y sentir, sobre todo en nuestro bolsillo, que a fin de cuentas de eso trata todo, de imponernos nuevos “impuestos verdes”.
El razonamiento de todo esto es que, si pagas, puedes contaminar. Es así de sencillo. ¿No les recuerda esto a cuando antiguamente uno iba a confesarse y tras ello abonaba la penitencia en forma de pesetas o euros a modo de obra de caridad? Salías de allí libre de pecado y con los bolsillos limpios, pero nadie podía señalarte por ser una mala oveja que se había desviado del rebaño.
Pues ahora el sistema es similar, aunque lo hacemos vía tarjeta de crédito o domiciliación bancaria y nadie te da la opción de volverte un hereje. De hecho, estamos atrapados en una inmensa tela de araña tejida a base de mediocridad, engaño y amoralidad a partes iguales. Un carajo del tamaño de un tren de mercancías es lo que les importa a todos y cada uno de los que manejan el cortijo, el medio ambiente o todo aquello relacionado con él.
Lo peor está por venir, acuérdense. Imposiciones una tras otra en forma de decreto ley. Todo sea por reducir la contaminación y el deterioro del planeta, o eso argumentan ellos. Y pobre del que tuerza el morro y se haga el remolón o directamente se posicione de manera frontal contra todo aquello que emana la religión del cambio climático. Directamente, caerán sobre él, o ella, la furia de una turba de seres cabreados con la vida y el mundo, ese que teóricamente deben de proteger, pero que si pudieran nos mandarían directamente a la hoguera.
Bueno, a la hoguera no que se lía mucho humo y ya se sabe, es muy contaminante y poco ecofriendly con la atmósfera. O eso dice alguno de los versículos del nuevo testamento verde. En serio, empiecen a hacerse a la idea de que se acabó la fiesta, salvo que estén bien alpargatados, porque ya se sabe, la voluntad lo puede todo, pero con dinero no hace falta ni tan siquiera voluntad.