Hace unos días me encontraba con esta pequeña reflexión de la escritora británica Virginia Woolf, que forma parte de los textos de uno de los libros que componen su extensa obra;
“Hay un tipo de tristeza que viene de saber demasiado, de ver el mundo como realmente es. Es la tristeza de entender que la vida no es una gran aventura, sino una serie de pequeños e insignificantes momentos. Que el amor no es un cuento de hadas, sino una emoción frágil y fugaz. Que la felicidad no es un estado permanente, sino una rara y fugaz vista de algo que nunca podremos sostener. Y en ese entendimiento, hay una profunda soledad, una sensación de estar aislado del mundo, de otras personas, de uno mismo.”
Se me vino a la cabeza como, de manera asidua, no solemos reparar en esta realidad manifiesta que suele darse en la vida de la mayoría de nosotros. De algún modo escenifica la crudeza a la que nos vemos sometidos y como solo unos pocos, logran atisbar tal sinsentido vital e intentan, de manera eficiente, darle “la vuelta a la tortilla” emocionalmente hablando.
Si esta idea la reducimos al extremo para quedarnos en exclusiva con lo sustancial del mensaje, podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que nuestra existencia es un sometimiento constante del cual solo conseguimos dejar de estar subyugados en momentos muy concretos. Sin embargo, mientras que estos últimos no llegan, solemos conformarnos con el simple hecho de estar vivos, dando gracias por ello y consolándonos con el devenir de aquellos que aún lo pasan peor que nosotros, por otro lado, una actitud muy arraigada a la propia etimología del ser humano.
Es curioso como este sentimiento va creciendo conforme nuestra capacidad de asimilar y entender lo que nos rodea se expande gracias al crecimiento personal logrado a base de madurez y experiencia. Recurriendo a nuestro refranero patrio, podríamos apoyarnos en aquello de que “en la ignorancia reside la base de la felicidad”, para contrastar este hecho. Es por ello que, cuando solo somos unos niños, por lo general, solemos estar sumergidos en una felicidad casi perenne.
De igual forma, esta suele esfumarse de manera directamente proporcional al nivel de conocimientos que vamos adquiriendo, pero sobre todo en función a la implicación personal y material que aplicamos sobre todo aquello que nos rodea. Por supuesto que cada uno decide, haciendo uso de las capacidades con las que cuenta, cómo afrontar la vida en el día a día, la forma de hacer frente a las situaciones que van en contra de nuestros intereses, pero sobre todo como lograr esa paz mental tan ansiada.
Quizás sea la actitud, y el alcanzar el nivel necesario de serenidad interior, las únicas herramientas eficientes para intentar acometer aquellas situaciones negativas que aparecen de manera constante en nuestro escarpado transitar. No obstante, no todo el mundo es capaz de entender y aplicar esta forma de capear la tormenta existencial que conforma nuestras vidas, y en la que nos vemos sumidos, casi constantemente, sin encontrar reductos, en forma de momentos y vivencias, que nos proporcionen una tregua.
Es por ello qué, tal y como explica la escritora londinense, la vida no es más que una consecución de momentos, de los cuales una ínfima parte nos hacen ¿felices?… Esto es tan sencillo de comprobar cómo hacer un ejercicio de autorreflexión y determinar que hemos hecho a lo largo del día y cuanto de ello ha logrado enarbolar nuestros sentidos de manera positiva, o tan siquiera sacarnos una sonrisa. En definitiva, sentirnos bien con nosotros mismos, encontrar un equilibrio.
Probablemente, la repuesta a más de uno le sorprenda y en este momento preciso haya descubierto la inconsistencia de su propia existencia, marcada principalmente esta por una sociedad insustancial y distraída. Porque claro, ¿de qué sirve estar biológicamente vivo si nuestra alma reside en una muerte permanente?… Y con esto no hablamos de que uno tiene que andar cantándole a la vida a todo momento.
Simplemente, poner en balanza si realmente es coherente esta forma de vida que llevamos, donde casi nada puede aliviar el vacío y desazón que martiriza a nuestras almas en la rutina de nuestra cotidianidad. Vidas vacías, carentes de sentido, anestesiadas hasta decir basta, y dependientes de la opinión de los demás, en forma de “likes” dentro de una realidad paralela, alejada de lo que verdaderamente importa: las relaciones humanas.
Esas mismas que han pasado a un segundo plano, en el mejor de los casos. En definitiva, una lucha de titanes donde el sentimiento de infelicidad constante ya no es calmado ni tan siquiera con el engaño de lo material, gracias a esa creencia extendida de que la propia tenencia de lo que anhelamos puede llegar a convertirse en un antídoto idealizado que todo lo puede. Sin embargo, el comprar esto o aquello solo nos alivia durante un breve periodo de tiempo, el mismo en el que la novedad pasa a ser rutina y esta vuelve a convertirse en puro desasosiego.
Aquellos que analizan esta forma de vida en la que hemos decidido instaurarnos llaman a este fenómeno “la rueda de hámster”. Es indiferente la dirección en la que hagamos girar nuestras vidas y a la velocidad que lo logremos, alcanzando esas metas materiales como si realmente estas fueran la solución a nuestro problema vital. Nada cambiará si vivimos girando esa rueda y a su vez presos en el interior de una jaula fortificada, a base de dogmas de fe e ideologías, y carente de valores, que nos impide entender que es lo verdaderamente importante, adueñándose además de nuestros principios e ideales.
Pepe Mujica, el expresidente Uruguayo, exguerrillero revolucionario y agricultor de profesión, ha expresado su opinión sobre este tema en infinidad de coloquios, conferencias y entrevistas donde, argumentando de manera coherente, acierta al explicar que: “Hemos inventado una montaña de consumo superfluo. Tú compras y desechas. Pero lo que gastas es tiempo de vida. Porque cuando compro algo, o tú, no pagamos con dinero, pagamos con el tiempo de vida que tuvimos que gastar para tener ese dinero.”
Concluye: “Pero con esta diferencia: Todo se puede comprar, menos la vida. La vida se gasta”. Más allá de en lo que gastemos nuestras vidas, cada uno es libre de hacerlo como quiera (al menos de momento), habría que preguntarse si ese gasto de energía y tiempo ha merecido realmente la pena, y de no ser así, que podemos hacer para no volver a caer en el mismo error y lograr finalmente atisbar un resquicio de ¿felicidad?… Si es que esta existe o es simplemente una quimera inalcanzable en un horizonte ficticio.
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