Llevamos años viendo como el sector de la hostelería va cayendo enteros en cuanto al servicio dado. Mucho tiempo siendo conscientes de que no hay mano de obra cualificada y la poca que hay, por lo general, va de un lado a otro ofreciéndose al mejor postor, algo totalmente entendible tal y como está el patio.
Indudablemente, ellos, los trabajadores que componen este extenso gremio, no tienen la culpa. Son personas normales y corrientes, con sus cargas familiares o problemas de índole personal, que solo buscan llevar el pan a casa, y en definitiva con una vida tan común como la de un servidor o cualquier otro que ahora esté empleando su valioso tiempo en leer esta pequeña reflexión.
Hace apenas unos días, por desgracia, he vuelto a constatar este hecho, el de la poca profesionalidad que habita dentro de este “gremio maldito”, que por momentos se desmorona como una montaña de arena en plena ventisca. Si no fuera por ese amor incondicional que profesamos los españoles, y por supuesto cualquier guiri que se preste a visitarnos, por estar metidos a todas horas en cafeterías, bares o restaurantes, nuestro país ya no tendría ni tan siquiera el recurso de la hostelería para intentar subsistir.
Es así, ir de bares lo llevamos tan adentro como el fútbol o los cada vez menos queridos toros. Esto último era cuestión de tiempo y madurez mental de una buena parte de la sociedad, así como de cerrar el ansiado grifo de las subvenciones. Pero volviendo a la hostelería y estas situaciones que uno tiene, debe o mejor dicho, quiere aguantar para poder comerse una paella aceitosa, unas patatas fritas de bolsa y unas marineras mal hechas.
La paella terminaron sirviéndola a las 15:40, «con tranquilidad y buenos alimentos», no los que nos terminarían poniendo precisamente a nosotros en la mesa.
«Resulta origina», como diría un tal Kico que conocí en otra etapa de mi vida laboral, que habíamos quedado para comer en un bar-restaurante de la zona, con la paella encargada a las 14:30 del mediodía. Indudablemente, siempre hay retrasos, como en los vuelos de Ryanair, pero en modo hostelería y en vez de sentados a pie plantado.
Nada más llegar y tras acercarme a la barra a pedir una caña y Martini la camarera de turno me atendía a la voz de “eh que quieres”. Mi mirada a medio camino entre la de un proscrito pendiente de condena y la de “¿tú a mí de que me conoces para tutearme?”, sirvió para dos cosas.

Primero para que esta cambiara ipso facto el tono y segundo para que se largara a la cocina, sin más explicación que darse la vuelta y echar a andar, y volviera a los 10 minutos. Sin volver ni a mirarme ni a dirigirse a mí, me sirvió ambas cosas. Eso sí, la caña con una copa recién sacada del lavaplatos a 65º. Echarle imaginación del estado físico-químico de la susodicha cerveza de barril depositada en el envase de vidrio y la fusión de ambos elementos con el consiguiente contraste de temperatura.
Posteriormente y ya sentados en la mesa, pasarían otros 25 minutos hasta el primer plato. Le preguntamos en varias ocasiones si es que había algún problema en la cocina, a lo que nos terminó contestando con cara de “a mí que me estás contando”… «Estamos a tope». La paella terminaron sirviéndola a las 15:40, «con tranquilidad y buenos alimentos», no los que nos terminarían poniendo precisamente a nosotros en la mesa.
No podemos sorprendernos cuando echamos un ojo en términos generales y vemos el circo en el que vivimos
Ya ni hablamos de los que llevaban sentados media hora antes en la mesa de al lado y nos miraban atravesados cuando nos trajeron, antes que a ellos, y dando gracias, unas patatas congeladas de bolsa con kétchup y un plato de croquetas, de la misma procedencia que las primeras, ambas con cantidad extra de aceite de freidora.
A las 17:15 de la tarde lográbamos que nos cobraran y largarnos del antro, echando culebras por la boca, al menos yo, de un servicio que ya para nada me sorprende. Lo que antes era excepción se ha convertido en regla. La mediocridad y el pasotismo enarbolan la bandera de buena parte de locales de este país, pero volvamos al inicio.
No es culpa de esa gente que intenta ganarse las habichuelas cada día. La responsabilidad es única y exclusivamente de los hosteleros y propietarios de esos negocios que les da lo mismo, lo mismo les da, como vaya el servicio que deben de ofrecer en sus locales, ¿el motivo?, siempre están hasta arriba de clientela.
Y aquí es donde entramos nosotros y nuestra cuota de culpabilidad, la del cliente que finalmente se resigna a que el servicio sea literalmente una mierda y que lo hayamos aceptado como si tal cosa, a pesar de que nos cobran infinitamente más que hace unos años (si, lo sé, todo ha subido).
Y todo ello sin que en la mayor parte de las veces, el lugar en concreto, haya ni cambiado los ceniceros en años. Luego no podemos sorprendernos cuando echamos un ojo en términos generales y vemos el circo en el que vivimos, en el que, por desgracia, que te sirvan como el culo en un bar se ha convertido en “el chocolate del loro”.