Hace apenas 48 horas se ha llevado a cabo en más de medio mundo la famosa noche de Halloween y un servidor, como cada año, se acuerda del mensaje que se encontraban todos aquellos acólitos de esta celebración cuando, la noche previa al 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, o el «Día de los Muertos», como por aquí solemos denominarlo, se acercaban a aporrear la puerta de un vecino cualquiera con la única misión de que este les ofreciera caramelos o algo por el estilo:
“¡Ni truco, ni trato! Esto es Madrid, no New York, ni Boston. Pdta.: Volver dentro de un mes y medio con la zambomba y a pandereta y la zambomba y os daré el aguinaldo”. A decir verdad, no conozco exactamente la mecánica de la famosa fiesta yanqui (aunque su origen sea Irlandés) que hemos importado, como no, a este país de los horrores. Porque ya sabemos que en eso somos genios con patas, en lo de copiar todo este tipo de eventos convertidos en un negocio mil millonario y que, ignorantes de nosotros, lo tomamos como una inocente celebración más.
Es lo que hay, pero esto no es de ahora, no. Así llevamos décadas, al son de los norteamericanos y sus costumbres, dilapidando las nuestras y dejando aparcados en el cajón de los recuerdos todos aquellos festejos que nosotros, como en el caso de la noche del 31 de octubre, celebrábamos antaño. Como por ejemplo hacer tostones en casa de uno de nuestros colegas, aquel al que le tocara ese año, mientras en círculo nos contábamos historias de miedo y bebíamos Zumosol de piña haciendo el intento de ponernos como el primo del anuncio.
Eso simplemente ha desaparecido. A cambio tenemos a una turba disfrazada, recorriendo las calles en una espiral de gritos, algaradas y locura, que se pasan media noche tocando a las puertas de la vecindad para posteriormente, si logran finalmente que les abran, endosarle la frasecita de los huevos, “truco o trato”, a cambio de un puñado de caramelos. Qué felices deben de estar los dentistas con este tipo de verbenas, pero eso daría para otro texto, en otro momento, bajo el título “La industria dental apoya incondicionalmente la fiesta de Halloween”.
Lo que más me sorprende del asunto no es que los críos vayan por ahí disfrazados, tocando puertas y dando por saco. Ellos, a fin de cuentas, no saben de momento de que va el percal y por qué esta sociedad estúpida que hemos gestado ha estado, de manera sistemática, dejando sustituir sus tradiciones por otras sin arraigo alguno en nuestra larga historia como nación. Lo preocupante del asunto (bajo el prisma de un blanco heteropatriarcal, machirulo y opresor… evidentemente) es ver a esos padres disfrazados con más esmero aún que los pobres críos, haciéndoles a ellos, en algunos casos, incluso más ilusión este tipo de bazofias que a sus retoños.
Y luego nos preguntamos cómo es posible que esta España nuestra haya llegado al extremo donde se encuentra, o por qué tenemos la clase política que atesoramos. Pero la realidad es que todo lo que nos pasa es fruto de esa dejadez manifiesta que nos atrapa desde hace décadas. A decir verdad, poco es lo que llega a ocurrir en esta extensión de tierra repleta de historia y desdicha cuando de manera sistemática nos saboteamos desde dentro.
Qué razón llevaba el político y estadista alemán Otto von Bismarck, cuando dijo aquellos de “la nación más fuerte del mundo es sin duda España. Siempre ha intentado autodestruirse, y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo”. Sí, lo sé, para algunos este tipo de cosas no son más que fruto de la globalización en la que andamos metidos hasta las cejas, pero en la mayor parte de los países del mundo la gente cuida y guarda de sus tradiciones. Las intentan pasar de generación en generación, haciéndoles ver a estas de la importancia de salvaguardarlas para mantener íntegra su identidad como pueblo.
Pero claro, “Spain is different”, aquí nos importa entre poco y nada las tradiciones, la identidad o el país. Aquí lo que se lleva es mangar, la envidia como deporte nacional, y ser más borregos que todo aquel que nos circunda, a ser posible. Ya sabemos que aquí se premia al idiota, se fomenta la incultura y se le da ventajas de todo tipo a aquel que decide pasarse por el arco del triunfo los pilares fundamentales que vertebran a nuestra sociedad. Discriminación positiva lo llaman los penitentes de esa religión llamada “Progresía”.
Llegados a este punto, no sé si el año próximo, si aún sigo coleando, disfrazarme de esqueleto o bruja. De calabaza o asesino en serie con motosierra en la mano incluida para mimetizarme con el medio que me rodea y dejar de sufrir por estas mierdas de una vez por todas. A fin de cuentas, nuestras cartas ya están echadas desde hace siglos, incluso antes de que existiera «jalowin», el «blacfridai» y demás derivados yanquis por obra y gracia de esta deriva nuestra, fruto esencialmente de una incapacidad manifiesta de saber cuál es nuestro sitio y defenderlo hasta las últimas consecuencias.