Dice nuestro certero refranero español que “el querer es poder” y es probable que no le falta razón en según qué cuestiones, aunque quizás esta afirmación debería de analizarse en profundidad desde la engañosa óptica del positivismo, o mejor dicho, del exceso de este mismo. Y no, no es casualidad que gran parte de la población lleve años impregnada por este sentimiento manifiesto de que cualquiera, de quererlo, puede conseguir todo aquello que se proponga sin más esfuerzo que desearlo. Planteamiento, por otro lado, totalmente erróneo y destructivo para todo aquel que intente aplicarlo en forma y modo.
No es nuevo eso de escuchar, en boca de vendehúmos profesionales, eslóganes carentes de fundamento donde pareciera que vivimos en un jardín de rosas perpetuo y que nuestra única misión en esta vida sea la de intentar alcanzar nuestros sueños. Además, generalmente, quienes incitan a la población a seguir este tipo de conductas se les suele olvidar (intencionadamente) que, para poder lograr nuestro propósito, en cualquier ámbito de la vida, es preciso activar una serie de mecanismos en el sujeto que suelen resultar proporcionalmente directos con el nivel de éxito final de los objetivos marcados.
Sin ellos la consecución de nuestras metas se convierte en poco más que una quimera, salvo en escasas ocasiones donde nos vemos rodeados por una serie de circunstancias externas favorables (estatus social, solvencia económica, posición ventajosa respecto a otros, etc.) que pueden influir a nuestro favor facilitándonos el camino, en detrimento de aquellos que simplemente no las poseen.
Trabajo y constancia: La medicina al exceso de positivismo
A principios de los años noventa tuve la suerte de tener como profesor de primaria a Miguel Sánchez, un hombre peculiar en muchos aspectos, pero bastante acertado a la hora de exponer a sus alumnos lo intrincado del camino hasta poder llegar al ansiado éxito. En lo personal siempre mantuve con él una buena relación, aunque de vez en cuando no entendiera el porqué me propinara un tirón de oreja o me lanzara un capón por esto o aquello.
La cuestión es que su paso por mi vida me marcó para siempre por muchas cuestiones, entre ellas las de poner en valor lo que significa ser trabajador y constante a base de frases célebres relacionadas con ambas cualidades. Además, nos hacía ver que estas podrían llevarnos a diferentes destinos en función de como lográramos aplicarlas en nuestra cotidianidad, sobre todo en lo relacionado con el estudio.
Quizás de aquel repertorio filosófico hubo dos de estas sentencias que se quedaron grabadas a fuego en mi subconsciente y que muchos años después, tras no haberlas implementado en mi vida como debiera, por diferentes razones que no vienen al caso, valoro aún más su significado que en aquel entonces:
- “Todos los trabajos son igual de dignos, pero no igual de cómodos”
- “No vale para estudiar aquel que tiene capacidad para ello, sino quien posee la capacidad de ponerse”
Sobre la primera de estas frases he de decir que tiré justamente en dirección contraria en todos los aspectos, lo que me llevó a una situación de salud precaria durante una larga temporada, la misma en la que tuve el tiempo preciso para reflexionar sobre aquella frase y la toma equivocada de decisiones por mi parte, aunque estas se vieran condicionadas por algunas circunstancias personales que yo no había elegido.
Sobre la segunda cuestión, durante los años que lo tuve como profesor siempre le argumentó a mi señora madre mi capacidad intelectual como estudiante, pero mi nula aptitud a comprometerme con el aprendizaje, avisando de lo que podría venir unos cursos más adelante de no lograr crear un hábito saludable de estudio. Por supuesto, no se equivocó y en 2º de Bachillerato, a dos evaluaciones para graduarme, fui más consciente que nunca de mis debilidades educativas, por lo que decidí dejarlo para siempre.
Este ejemplo personal pone en valor la importancia del trabajo y la constancia cuando de avanzar en la vida se trata, ya sea en términos académicos o laborales. He tenido la suerte de conocer a personas que, sin tener unas cualidades brillantes en nada, han logrado alcanzar sus metas a base de mucho esfuerzo y dedicación. En ellas he visto reflejadas las ideas que “Don Miguel” me inculcó en mi niñez y que, sin embargo, yo no apliqué correctamente durante buena parte de mi vida.
En cualquier caso, y haciendo honor a la realidad que nos abraza, al menos la actual, ni siquiera el trabajo ni la constancia son suficientes en la búsqueda de nuestras aspiraciones. Hay un compendio de factores (algunos de ellos ya mencionados) encargados de interferir en el proceso que, generalmente, escapan de nuestra toma de decisiones. Volvemos al refranero español y su acertado “Estar en el sitio adecuado, en el momento adecuado.”
Esta parte de la ecuación a veces se convierte, para desgracia de aquellos que se lo han trabajado de verdad, en la llave del éxito hasta alcanzar nuestras ansiadas metas. El mundo actual está plagado de ejemplos de personas que, por estar en el lugar adecuado y en el momento preciso, pero sobre todo junto a las personas indicadas, consiguen aquello que siempre habían anhelado. En ocasiones, sin haber transitado un largo y tedioso recorrido hasta llegar al ansiado objetivo final, aunque suelen ser la excepción que valida la regla.
En el artículo “Trabajos con salida”… A no se sabe dónde, expongo mi experiencia personal sobre este tema, abordando algunos de los problemas de raíz que vertebran el sistema educativo convencional. Estos, junto a ese excesivo positivismo, inculcado desde prácticamente la niñez, han convertido a buena parte de la sociedad actual en una masa débil y desorientada que camina sin rumbo ni ambición hacia un destino inconcluso.
Exceso de positivismo: La raíz del problema
Llegados a este punto, uno se pregunta por qué, en lo que denominamos occidente o primer mundo, el exceso de positivismo hace estragos en la sociedad. Hoy más que nunca, el número de personas con depresión y suicidios crece de manera exponencial año tras año. Esa creencia de que podemos alcanzar cualquier meta “porque sí”, se suele convertir en un cúmulo de expectativas rotas, incapacidad de sobreponernos a las derrotas y desidia colectiva a raudales.
Años de adoctrinamiento de una sociedad abonada al buenísimo y las políticas Woke tiene como resultado esa idea maniquea de que todo irá siempre bien a pesar de nuestra manifiesta inacción y por supuesto la intervención de “Papá Estado”. Pero la realidad es que en las últimas décadas ha sucedido justamente todo lo contrario. Cuando se deja de lado la ley del esfuerzo y se promulga desde las altas instancias justamente lo inverso a esto, no se puede esperar que las personas que conforman nuestra sociedad actual estén más preparadas que las de generaciones pasadas. En palabras de Isaac Asimov:
“Desde siempre existe un culto a la ignorancia: la presión del anti-intelectualismo ha ido de manera constante, abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentado por la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es igual de válida que tu conocimiento”
Y no me ciño exclusivamente a términos académicos o laborales. Hablamos de personas, antaño, formadas bajo aspectos clave en la construcción de la personalidad como la ética, el valor, la compasión, la equidad, el respeto o el honor, etc., entre otras. Repito que no solo hacemos referencia a la consecución de unos méritos materiales o formativos. La idea transgrede mucho más allá de todo ello y atañe al valor general que poseemos en nuestro fuero interno.
Por consiguiente, si la única preocupación de aquellos que deben encargarse de la formación del individuo pasa por hacerle creer que podrá llegar donde se proponga, aunque carezca de esas cualidades y aptitudes esenciales para tal objetivo, imprimiendo además al mensaje esa connotación letal de positivismo, no podemos extrañarnos posteriormente de que haya millones de chavales soñando con parecerse a famosos Youtubers, que se pasean todo el día sin camiseta a los mandos de un superdeportivo, gracias a engatusar y estafar a estos últimos, a base de negocios piramidales.
¿Esto quiere decir que hay que quitarle las ganas a alguien que sueñe con ser un Youtuber?… Para nada. Lo que sí es deber de quien se encarga de su educación es el exponerle cuáles son sus posibilidades reales de alcanzar tal meta y todas aquellas falsedades y partes oscuras del tema en según qué casos. Cargarlo de expectativas envueltas en un aura de positivismo extremo no es más que enterrar sus posibilidades reales ante cualquier objetivo. (Continuará)