Si de soñar hablamos y lograr convertir en una realidad esas mismas ensoñaciones, quizás la realidad de la mayoría de todos nosotros esté asociada de manera inherente a verbos tan conocidos como esperar, aguardar, postergar, aguantar, prorrogar, confiar, ambicionar, etc. Casi todos ellos, a su vez, suelen ir conjugados en un tiempo verbal presente de subjuntivo, es decir, con idea de llegar a realizar algo a corto o medio plazo, aunque siempre de manera hipotética.
Y es curioso, porque así pasamos buena parte de nuestra vida: hipotecados. Pero no precisamente de la manera que deberíamos estarlo si lo que nos interesa es nuestro bienestar general, algo de lo que todos somos conscientes, pero a lo que parece que no encontramos un remedio eficiente. Pasar del “espero poder hacer esto o aquello” a “estoy haciendo esto o aquello” hay un mundo. A veces tan inmenso que jamás alcanzamos esa meta ficticia que marca precisamente el inicio de algo que verdaderamente ansiamos.
De ahí que el otro día, dándole una vuelta a los pensamientos, me llegara de pronto la idea de que es probable que andemos “con los sueños metidos en conserva”. Es una manera algo singular de describir esa incapacidad manifiesta de abrir la lata metafórica donde se encuentran almacenados y darle salida de una vez por todas. Y no, ya sabemos que no es para nada sencillo tal logro, por más que nos repitamos en nuestro interior, una y otra vez, que pronto llegará ese ansiado momento.
Quizás nuestro mayor problema radique en eso, precisamente, en no atisbar ese preciso instante que dé el pistoletazo de salida hacia aquello que podría marcarnos el camino hacia una nueva y deseada realidad. Piensen que algunos incluso se lanzan a intentarlo, aún a sabiendas de que les tocará remar sobre un mar de dudas y vicisitudes, en ocasiones difíciles de asimilar. Es más; es muy probable que sientan la incomprensión e indiferencia de todos aquellos que, a priori, parecían dispuestos a estar de su lado en caso de un fatídico hundimiento.
Esto es algo que siempre debemos tener presente, aunque no debe de ser un obstáculo para al menos intentar aferrarnos a la idea de que seremos capaces de poner a volar nuestros sueños. Básicamente, porque, uno de los bienes más preciados que poseemos, nuestro tiempo, se consume a pasos agigantados. Es entonces, una vez llegados a viejos (en el mejor de los casos), cuando uno tiende a echar la vista atrás y a poner en contexto todo lo acaecido hasta ese momento.
Con una mirada retrospectiva podemos sacar un juicio lógico y clarividente de si verdaderamente hemos hecho todo lo necesario para alcanzar esos sueños o metas que una vez nos prometimos materializar. Al menos comprobar de primera mano si hicimos el intento o si simplemente pusimos la energía necesaria para que esto o aquello tuviera la más mínima oportunidad de alcanzar ese puerto deseado.
Y a decir verdad, y lamentablemente para la mayoría de nosotros, la respuesta suele ser que no. El porqué es algo a lo que, generalmente, no queremos enfrentarnos porque sabemos desde el inicio que, de llegar a hacerlo, terminaremos siendo declarados culpables del “delito de omisión de socorro a nuestros propios ideales”. Si no me creen, háganse esta pregunta para sí mismos, ¿hago todo lo necesario (estando en mi mano), para alcanzar esas metas idealizadas en mi subconsciente?
Si no son de autoengañarse, ya habrán descubierto que sus expectativas y realidades están bastante alejadas las una de las otras. El motivo lo pueden descubrir en esa misma respuesta fruto de cuestionarse su propia conducta. Y que nadie se asuste, es algo totalmente normal. Al menos en la sociedad que nos ha tocado vivir, donde el esfuerzo para alcanzar cualquier objetivo ha pasado a segunda plano en casi todos los aspectos de nuestra vida.
Ahora, aquellos soñadores que antaño movían cielo, mar y tierra para poder materializar sus sueños e ideales, están incluso mal vistos por esa inmensa masa gris, compuesta de individuos sin inquietudes, incapaces de destacar en nada respecto a aquellos que los rodean. Es aquí, llegados a este punto, donde podemos darnos por satisfechos con lo que tenemos, y seguir postergando en el tiempo la consecución de las metas idealizadas en nuestro interior, o, por el contrario, intentar emanciparnos de ese rebaño generalizado para intentar hacer justamente lo contrario.
Sin duda no estamos ante una empresa sencilla, pero tampoco ante un imposible de magnitudes épicas. Quizás todo pase por dejar de vivir, soñar, respirar, mirar, anhelar, etc., en presente de subjuntivo, para empezar a ser dueños de nuestro aquí y ahora. Sin duda es la única forma de poder aspirar a convertir sueños y añoranzas en realidades manifiestas, a base de dos ingredientes esenciales: actitud y constancia. Sin estas solo podemos rezarle a la “virgen del azar”, si es que esta existe. Por otro lado, una postura muy lícita si lo nuestro es seguir actuando bajo las ideas de “yo me pensé que, yo me creía que”, hijas estas mismas de “Doña Esperanza y de Don Tiempo Perdido.”