Esta es la enésima vez que intento ponerme a teclear estas líneas, pero una vez más la mente se me nubla, la garganta se anuda y los ojos se enturbian con una furiosa marea de lágrimas sin poder hacer nada por remediarlo. Miro a mi alrededor buscando algo en lo que agarrarme para comenzar a escribir algo con sentido y, sin embargo, solo encuentro un vacío que me abraza como hacía mucho tiempo que no sucedía.
Mi cabeza da vueltas y las ideas no fluyen como quisiera para posteriormente trasladarlas a la hoja en blanco. Quizás sea ese el problema, que mi enfoque para dar forma a esta despedida desde el principio haya sido erróneo. Es probable que esto que quiero transmitir no deba de ser maquinado en mi cabeza, más bien arrancando desde lo hondo de mi ser, aunque duela.
El pasado lunes de madrugada nos dejaba para siempre Chanel, una “simple perra” para algunos, casi una hija para un servidor. Puede sonar extraño, cursi e incluso indecente decirlo, pero es lo que siento y exponer el tema en otros términos sería cuanto menos hipócrita por mi parte y estas frases dejarían de tener el significado buscado, al menos para mí.

Porque Chanel, esa “simple perra” para algunos, ha sido durante 14 años y casi 4 meses parte indisoluble de mis días y algunas veces también de mis noches. Mucho tiempo como para afrontar su pérdida de una manera racional e intentando evitar que los sentimientos no se apoderen de mí y mi retórica.
Me doy cuenta de que jamás volveré a disfrutar, sufrir o realizar infinidad de aspectos cotidianos que se daban por el simple hecho de su existencia, y de que esta fuera parte de la nuestra.
He sido el responsable de ella en todo momento y he velado siempre porque estuviera del mejor modo posible, aunque en ocasiones, no me lo agradeciera al final como yo esperaba. Cosas de ser una Yorkshire de apenas kilo y medio y «autopercibirse como un perro de presa endemoniado».
La realidad es que en estos días me he sentido bastante indefenso porque, además de su pérdida carnal, hay algunas cosas, costumbres y sensaciones que también se han marchado con ella para siempre, dejándome huérfano de todo ello y sin un manual de instrucciones con el que continuar batallando en el día a día.

Me refiero a que Chanel ha desaparecido de mi vida físicamente, pero haciendo un análisis más en profundidad, del hecho en sí, me doy cuenta de que jamás volveré a disfrutar, sufrir o realizar infinidad de aspectos cotidianos que se daban por el simple hecho de su existencia y de que está fuera parte de la mía propia.
Por ejemplo, nunca más llenaré su comedero de pienso y bebedero de agua. Tampoco le echaré de jamón york dos veces al día, ese que esperaba con ansia a la hora exacta. No saldré nunca más con ella a pasear por la calle, cada vez que me miraba y empezaba a corretear de arriba a abajo, reclamando mi atención de manera incesante.
No tendré que lavar su cama semanalmente, ni darle su medicación como cada noche. Tampoco volveremos a batallar con ella para poder bañarla, y posteriormente secarla, algo que literalmente la sacaba de sus casillas.
No tendré oportunidad de llamarla desde la cocina al grito de “Pollo revenío, ¡a comer!”
Tampoco le daré de desayunar bizcocho mojado en leche, o galletas integrales de las que tanto le gustaban. No le ofreceré la cuchara untada con un poco de yogur para que la lamiese, ni cualquier otra cosa de comer de las que terminaba dándole cuando me veía a mí comiéndolas.

Se acabaron los ratos de sofá donde colocada panza arriba se quedaba eclipsada mientras le acariciaba la barriga, o las mañanas donde se alzaba en el lateral de la cama y se ponía a lloriquear hasta que lograba su objetivo; que la subiera conmigo y le diera los mimos mañaneros reglamentarios.
Ya no habrá más rascadas de puerta para que le abriera para salir al jardín y viceversa, incluso ladrándome desde fuera si me demoraba en exceso en dejarla entrar de nuevo. No podré volver a despedirme de ella cada noche, cuando ya echa un rosco en su cama, empinaba las orejas cuando notaba que me acercaba y se quedaba esperando a que la tocara.
Se terminaron las reprimendas cuando por algún motivo se meaba en mitad del salón y a mí se me venían los demonios, aunque luego terminara arrepintiéndome. También los mosqueos porque se chupara compulsivamente las patas y luego se le llenaran de nudos… Cosas de la edad.
No tendré oportunidad de llamarla desde la cocina al grito de “Pollo, ¡a comer!”, y verla aparecer segundos después esperando a que le pusiera su plato junto a la puerta. Nunca más habrá fotos en comuna con Danko, Tula y Goya, de esas que parecían haber salido de una postal y donde cada uno sabía cuál era su lugar.

Con Chanel se va un trozo de nuestras vidas y este nada ni nadie podrá reemplazarlo nunca
Jamás volveré a sentir el vaivén de su respirar cuando se acostaba encima de mi barriga, yo echado en el sofá, y se quedaba dormida. Ni el sonido de sus diminutas patas chasqueando contra el suelo, de acá para allá cuando no sabía dónde poner el huevo.
No volveré a apartarla de la farola en la que se restregaba cada mañana, primero de un lado y luego de otro. Ni reñirle por salir corriendo como alma que lleva el diablo nada más terminar de hacer sus necesidades, creyendo que algo se le había quedado colgado de su diminuta parte trasera.
Nunca más volveré a quedarme ensimismado, mirando sus ojos negros, redondos como aceitunas, que parecieran dos pedacitos de ébano brillante, ni acariciar su diminuta nariz cuando estaba relajada… nunca más, no volveré…
Además, tras su pérdida se han ido con ella objetos que antes ocupaban espacios en la casa, como su cama o la cesta donde atesoraba su zapato de juegos y el oso de peluche que empleaba para desfogarse. Nunca supo que este último no fue un regalo para ella, aunque lo aceptó de buen gusto.

Ahora en esos lugares hay, o terminará habiendo otras cosas, y estas no pueden suplir su ausencia ni el vacío espiritual que queda tras su marcha. Con Chanel se va un trozo de mi vida y este nada ni nadie podrá reemplazarlo nunca, aunque siendo egoísta me gustara que así fuera y dejar de sentir la punzada en el corazón que me atenaza desde hace días y me encharca los ojos automáticamente.
Se cierra una etapa única en nuestro paso por este lugar llamado mundo, donde ella ha sido una parte esencial de la misma. Solo espero haber hecho todo lo que estuvo en mi mano para hacerla feliz, como ella lo hizo conmigo y no haber errado en el último momento cuando la vi partir entre mis brazos sin poder hacer nada para evitarlo.
Ahora sus tres hermanos de camada miran en torno anhelando su presencia, y si bien había días que los puteaba a base de bien todos y cada uno de ellos supieron desde el principio quién era la jefa de la casa. Tan solo nos queda su recuerdo y una vida por delante hasta poder reencontrarnos en algún lugar.
Dicen que tras la muerte las almas buenas van al cielo, aunque yo soy de los que piensa que, de haber un paraíso no terrenal, este debería de estar reservado para esos peludos de cuatro patas que llegan a nuestras vidas en forma de ángeles y no somos conscientes de ello hasta que parten para siempre.
A buen seguro que Chanel ya estará imponiendo su ley en alguna parcela de este lugar idealizado, el mismo del que un día salió para ser parte de nuestra vida, aunque por desgracia no fuera por tiempo ilimitado. Gracias por tanto y hasta pronto pequeña GRAN perra.






























