En ocasiones, quizás menos de lo que deberíamos, uno debe de tomarse la vida con la medida exacta de guasa si no terminas por querer morir de hastío, o asco directamente, al contemplar lo que nos circunda de manera constante. Es por ello que la otra mañana, al leer un correo electrónico en el que me ponía al corriente del noble ¿deporte?, de abrazar árboles, me dio por pensar en la capacidad que tienen algunos de que todo les importe un carajo, o cuanto menos hacer que así lo parezca. Me explico.
No está mal eso de conectar con la naturaleza y tal. Llegado el caso, incluso terminar interactuando con ella de manera equitativa y respetuosa, faltaría más. Pero eso de ir abrazando árboles y que encima de todo sea en modo competición, como que no me entra en la cabeza. Sí, lo sé, mi mente heteropatriarcal de machirulo retrógrado no me deja ver más alla de mi pronunciada nariz.
Sin embargo, diré en mi favor que cada día me levanto con cosas más importantes que hacer, a priori, que la de irme a la otra punta del mundo a expresarle mi cariño a un árbol que, llegado el momento, pudiera terminar abrazándome con sus ramas, él a mí, por pedir… Claro, viendo el percal de los participantes, es muy probable qué feministas, ecologistas y demás “istas de pro” sean de lo que más se prodigue en tan insigne competición.
No quiero ni pensar si algún árbol se excede en darle cariño a una de las primeras, por culpa de una ráfaga de viento no contemplada en el protocolo que haya agitado casualmente sus ramas con el consiguiente contacto físico no autorizado con la esbleta silueta de la colega. Supongo que esta podría incluso terminar poniéndole una denuncia en el primer juzgado de guardia que encontrara por “acoso natural”, o algo así. Puedo parecer exagerado, pero ya pusimos a prueba el nivel de gilipollismo al que puede estar sometido el ser humano cuando aquello de “las gallines”, los gallos violadores y otras historias varias referidas a la evolución.
La de las aves, digo, porque lo que respecta a nosotros vamos directamente de culo, o para atrás, como los cangrejos. Pero volvamos a lo que verdaderamente importa de los Campeonatos Mundiales de TreeHugging, de abrazar árboles que se han celebrado hace apenas unas horas en Finlandia; Echen un ojo a las categorías y empiecen a pensar en cuál de ellas terminarían ustedes inscritos, llegado el caso, en función a sus cualidades físicas y mentales, así como la capacidad para transmitir amor entre su piel y la corteza del árbol al que tengan intención de atormentar.
- Speed Hugging: La mayor cantidad de árboles abrazados en un minuto.
- Dedicación: El abrazo más dedicado a un árbol específico elegido por el concursante, con una duración máxima de un minuto.
- Estilo libre: El abrazo más creativo. Estilo abierto a la propia interpretación del concursante, un solo árbol, duración máxima de un minuto.
Yo, la verdad, no estoy para correr, así que la primera la descartaba directamente. Quizás podría ser competitivo en la segunda de ellas, enganchándome a un tronco cualquiera como si no hubiera un mañana hasta que el pobre árbol, sin capacidad de generar más oxígeno posible por mi acoso físico, mediante el proceso químico de la fotosíntesis, terminara hablando y dirigiéndose a mí con maneras poco educadas, tal que así: “Puede usted de dejar de agarrarme de una puta vez”.
Por otro lado, si no pueden desplazarse hasta el lugar, la organización no lo pone aún más sencillo, con el concurso vía online “haciendo una foto de su abrazo al árbol y compartiéndola con HaliPuu”. Tal cual. En este caso me veo gritándole a mi señora “cariño, puedes tomarme la instantánea en pleno intercambio amoroso con este tronco de abedul”, por ejemplo.
Las normas referidas a esta modalidad del concurso lo dejan claro: “El ganador será seleccionado por los jueces basándose en el sentimiento que transmita, el abrazo y en la creatividad y diversión general de la imagen.” Sobre esto último, más de uno terminará descojonándose cuando, por casualidades de la vida, descubra que su hermano, tío, prima o la madre que lo parió ha quedado algo patidifusa al descubrir sus curiosas aficiones, tras ver la pintoresca imagen.
Dicho todo esto se me vienen varias preguntas existenciales a la cabeza. Por ejemplo, que pensarán los participantes de los Campeonatos Mundiales de TreeHugging al ver a un vasco cabreado haciendo astillas un tronco con su afilada hacha en modo deportivo. A esto le podríamos llamar “¿tronquicidio?” Y Caperucita, ¿se imaginan que descubre al lobo feroz abrazado a un árbol en vez de estar intentando tragarse del tirón a la abuela y posteriormente a ella misma, alegando su derecho a reescribir la historia como le salga de sus huevos morenos?
Visto lo visto está claro que ha cambiado mucho el cuento, el de Caperucita y el de la vida en general. Siempre hubo y habrá ecologistas, amantes de la naturaleza y gente concienciada con el medio ambiente, entre los que me incluyo. También aburridos, sin sentido, que una mañana deciden irse a un parque, bosque o entorno natural arbolado, a molestar con su exceso de cariño a los árboles allí postrados desde hace mucho tiempo. Ellos lo llaman Campeonatos Mundiales de abrazar árboles. Más de uno lo catalogamos de “poco nos pasa y lo mejor estar por venir”.