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El pesado lastre de la libertad

¿Se han parado a pensar alguna vez lo caro que cuesta ser libre en la actualidad? Quiero decir, vivir dentro de ese estado permanente de normas, leyes y conceptos aplicados a nuestra sociedad que en teoría fundamentan lo que la mayor parte de la población entiende por libertad. Porque… ¿Qué es ser libre realmente? Es una pregunta que, a título personal, me formulo cada vez con más frecuencia, teniendo en cuenta el nivel distópico al que está llegando el Matrix que envuelve nuestras vidas.

Esta pequeña reflexión viene con respecto a los últimos acontecimientos que azotan nuestra cotidianidad diaria y de cómo el concepto de libertad ha terminado mutando hacia una sociedad de control donde pareciera que ser libre es igual a estar totalmente alineado con todas aquellas imposiciones que establecen los “guardias del cortijo”. Por supuesto, en pro de sus intereses, aunque intenten hacernos creer todo lo contrario.

Es evidente que todos queremos vivir seguros, que nuestras necesidades básicas estén cubiertas y estar en disposición de todo aquello que precisamos en función a las circunstancias que acontecen en cada momento. Sin embargo, si analizamos el concepto de libertad tal y como es definido este, nada tiene que ver precisamente con estar supeditados a todos esos amarres materiales, normativos y sociales en forma de pilares metafóricos que sustentan todo aquello que conforma nuestra existencia.

La Libertad, tal y como se entiende en materia filosófica, es “la capacidad de obrar sin impedimentos, de autodeterminarse, lo que supone la posibilidad de elegir tanto los fines como los medios que se consideren adecuados para alcanzar dichos fines”. Queda claro que si miramos de manera objetiva nuestras vidas, la mayoría de nosotros no podemos hacer ni una cosa ni otra (respecto a lo subrayado en negrita) sin ser interpelados por el complejo entramado legal, social y económico en el que habitamos, física y legalmente.

A todo ello debemos de sumar la intransigencia establecida por las ideologías, en forma de paquetes indisolubles, en las que buena parte de la población se siente protegida bajo el paraguas de estas. Sin embargo, la aceptación de estas ideas fijas también les obliga a rechazar otras con las que podrían estar de acuerdo, pero que chocan frontalmente con las bases que componen esa misma ideología principal por la que abogan en última instancia.

Un buen ejemplo de ello es el feminismo actual. Una mujer que quiera considerarse feminista de referencia debe actuar en consecuencia con los mandamientos imperantes de esta ideología. Eso ha terminado por convertir a buena parte de ellas en personas que, lejos de ser más libres, ahora se ven cercadas por aquellas exigencias que conforma el espectro del movimiento y todo lo que queda aparejado a este.

Esto se traduce en que una feminista de hoy debe demostrar ser igual o mejor que un hombre en cualquier circunstancia, a sabiendas de que para ello tiene que ceder un cupo de su verdadera libertad, su tiempo, para poder intentar cumplir todos aquellos objetivos marcados en la hoja de ruta ideológica. Trabajar, criar a sus hijos, ir al gimnasio para mantenerse en forma o lucir estilosa (según a la que le preguntes), en todo momento, son algunos de estos preceptos autoimpuestos por el propio dogma.

Otro ejemplo claro en este sentido es la forma en la que nos dejamos la vida trabajando para poder pagar aquellas cosas en forma material o de servicio que se supone que nos ofrecen una mayor cuota de libertad. Nada más lejos de la realidad, la libertad reside precisamente en disponer de nuestro tiempo para realizar aquello que nos gusta y no para mantenernos esclavos de un sistema ideado para que seamos simples peones de trabajo al servicio de los propios ideólogos del mismo.

Pepe Mujica, expresidente del Uruguay, se ha convertido en todo un referente de esta forma de vida abogando por la sobriedad, sin hacer apología de la pobreza, como el mismo ha remarcado en infinidad de ocasiones: “Me gusta vivir como hemos vivido siempre y no le quiero imponer a nadie mi forma de pensar, pero le quiero transmitir a la gente que si la felicidad no la conseguís con poco, no la persigas porque no la vas a entender, es un estado emocional de conformidad con nosotros mismos, algo que se lleva a adentro y no tiene vuelta”.

El sistema educativo en la base del problema

Si echamos un ojo al propio sistema educativo, podemos ver como este ya está orientado a esta tendencia ideada por aquellos que manejan el mundo y por ende nuestras vidas. ¿Alguien se ha parado a pensar si en algún momento, a lo largo de su etapa de formación académica, se le orientó hacia aquello que se le daba bien o simplemente podría parecerle interesante? Para nada.

En el artículo “Trabajos con salida»… A no se sabe dónde”, intento expresar esta sin razón sobre la que está montado el sistema educativo de nuestro país y de la mayor parte de aquellos que componen lo que se denomina primer mundo. El enfoque está puesto exclusivamente en fomentar que seamos lo más productivos posible, sin que nuestras necesidades espirituales, esas que alimentan el ser, estén cubiertas de modo alguno.

De hecho, con el pasar de los años se han ido eliminando materias como la propia filosofía del cuadro principal de asignaturas. Pensar hace libre a las personas y nos ayuda a discernir entre lo que es y lo que no beneficioso para nuestra espiritualidad y enriquecimiento personal. Pero esto no trata de eso, nada importa la autosatisfacción del individuo. Vivimos en la época de los datos, la información y el rendimiento y todo ello no funciona a base de esto último mencionado.

Por ende el grado de libertad se ve reducido de manera sustancial, aunque bajo nuestro prisma más elemental creamos justamente lo contrario. La pérdida de poder decidir cómo llegar a intentar alcanzar un estado lo más cercano a la ansiada felicidad, es proporcionalmente directa con la merma de nuestra libertad. No posicionarse, ante aquello o aquellos que nos impiden decidir, es entregar nuestra cuota personal de libertad, asumiendo como válidos los pilares que sustentan la realidad que nos rodea.

Dicen que vivimos en el momento de mayor grado de libertad conocido hasta ahora. Lo que hay que ver es quien afirma tal cosa, pero sobre todo cuáles son sus intenciones para propagar esta idea falaz en nuestra sociedad. Sobre todo intentando embaucar a aquellos que aún no han formado completamente su carácter y que son maleables conductualmente hablando: niños y jóvenes. Pero también a aquellas personas que han terminado aceptando las reglas de una sociedad cada vez más controlada y en la que nuestra privacidad (parte indivisible de la libertad) está, literalmente, en peligro de extinción.

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