Llevo días dándole vueltas a la cabeza sin querer entrar al tema como un elefante en una cacharrería, sin dejarme llevar por el odio, el malestar y la desesperanza a la hora de teclear esto. He meditado sobre el asunto largo y tendido, mirado a mí alrededor para intentar encontrar alguna razón que me haga salir de este sentimiento interior que me atenaza, pero nada.
Hace tiempo que perdí la esperanza en esta sociedad, la nuestra, la que hemos construido a pulso, la mayoría de personas que, teniendo mayoría de edad y estando en condiciones mentales normales, habitamos este oscuro país. Y no, no es por falta de luz precisamente, o quizás sí. Quizás la luz interior de muchos de nosotros se apaga de manera irreversible. Es probable que hayamos llegado a un punto de no retorno en el que estemos tan sedados moral y espiritualmente que no logremos salir de esta zona de desidia constante a la que nos mantenemos atados desde hace mucho tiempo.
Llegados a este punto he de aclarar que esta reflexión llega a tenor de la muerte de la pequeña Olivia, de seis años, a manos de la asesina de su madre. Sí, la ASESINA, con todas las letras, alguien que le ha arrebatado la vida a su hija por pura venganza. No hay otra explicación lógica a esto, salvo que la susodicha no estuviera en sus cabales, algo que creo que a estas alturas de la película está demostrado que no es así.
No voy a entrar en temas políticos… ¿Para qué? Todos sabemos ya cuál es el negocio montado alrededor del Ministerio de Igualdad, la ley de Violencia de Género y demás perlas estamentales que hemos dejado que nos cerquen de manera sumisa. La prueba de ello es el padre de la criatura, acusado de malos tratos a su exmujer, con más de una veintena de denuncias falsas. Nadie hizo nada para que eso no pasara, al revés. En aras de seguir manteniendo el chiringuito viento en popa a toda vela, se estigmatiza a quien haga falta, siempre y cuando este sea varón, blanco y heterosexual, y se le niega la custodia de su hija de manera sistemática.
Volviendo al inicio y a lo que a mí realmente me ha traído a este folio en blanco. Como decía hace bastante tiempo que ya no me creo prácticamente nada y ni confió en la mayor parte de la gente que me rodea. Aquí hasta el más santo es capaz de convertirse en diablo si en ello le lleva algún tipo de interés. Porque no nos engañemos, cuando suceden este tipo de tropelías es simple y llanamente porque la ciudadanía ha permitido de manera sistemática que unos cuantos mamarrachos en forma de políticos hayan convertido a este país en una casa de putas. Y nunca mejor dicho, porque debe de haberlas a capazos, dada la ingente cantidad de hijos de la gran puta que pululan en torno a sus anchas.
Ahora tendremos horas de televisión y cientos de artículos de periódicos y prensa escrita en torno a esta maldad manifiesta cometida en manos de alguien que se hacía llamar madre. Incluso alguno que antes comulgaba con lo impuesto se atreverá a alzar la voz y decir que esto se veía venir. Pero no nos engañemos, nada va a cambiar y de hacerlo será para peor. Porque llegado el momento es posible que llegue el político de turno indignado y de buena fe e intente darle un giro a estas leyes y políticas que nos han metido en este hondo lodazal. Pero no lo hará de la manera correcta, ya lo verán.
Se dedicarán a parchear esta sarta de absurdeces convertidas en dogmas de fe y harán una chapuza de esas a la que ya, por desgracia, estamos totalmente acostumbrados. Realmente es difícil de explicarle a alguien en su sano juicio, como hemos llegado hasta aquí. Aún más intentar idear un plan sin fisuras que nos saque del laberíntico atolladero en el que estamos acorralados desde hace ya bastante tiempo.
Imagen Eugenio García, padre de la niña.