Hace apenas unos días el rey Felipe VI (Felpudo VI para algunos) rubricaba obedientemente la recién aprobada ley de amnistía. La misma que redactaba el pasado mes de noviembre el PSOE con el beneplácito de todos los grupos separatistas y pro etarras que actualmente hacen «encaje de bolillos» para sustentar a Pedro Sánchez y los suyos al frente del gobierno.
De «Antonio» poco más se puede añadir al argumentario que conforma su discurso, forma de actuar e intereses propios y ajenos que lo mueven. De Felipe VI, venerado por muchos, odiados por los mismos (o más) y un personaje irrelevante para otros tantos, sí que podemos y debemos hacer una lectura a propósito de su innegable inacción ante la grave situación institucional que atravesamos.
Felipe VI y su falta de honorabilidad
Se supone, al menos en términos literarios e históricos, que el rey debe de encargarse de proteger el pueblo al que representa. Partiendo del hecho de que tanto al actual, como al anterior, su padre Juan Carlos I, no fueron elegidos de manera democrática por aquellos a los que a la postre deben o debían defender, sería al menos de recibo que, como poco, hubieran mostrado algo de decencia y honor a la hora de actuar en los momentos clave de sus respectivos reinados.
Sin embargo, ni el padre, ni tampoco el hijo, han cumplido honorablemente con la labor que teóricamente se les encomendó tras la dictadura de Francisco Franco. Entre otras cosas porque son parte indisoluble de un sistema corrupto y por ende del problema que este representa para el conjunto de la ciudadanía. Ya lo demostró sistemáticamente Juan Carlos a lo largo de sus casi cuatro décadas al frente de la Jefatura del Estado y parece que su sucesor ha decidido tomar el mismo camino que en su día recorrió el padre.
Porque que nadie se equivoque; Felipe VI podía haberse negado a firmar esta ley de amnistía, al igual que podría haber hecho lo propio con los decretos ilegales del pasado estado de alarma, ese del que ya nadie se acuerda y que cercenó de manera reiterada los derechos y libertades de todos y cada uno de nosotros.
El problema es que nuestro rey no ha sido capaz, al menos hasta el momento, de ser consecuente con sus actos y la relevancia del cargo que ocupa, a la par de mostrar un ápice de decencia, aparejada de manera directa con lo primero. Esas mismas acciones que, de ser las correctas, al menos en términos morales, probablemente lo llevarían directamente a la abdicación del trono, pero que, sin embargo, lo elevarían en volandas sobre sus más fervientes seguidores.
Todos somos conscientes de lo que podría traer una decisión de este tipo, ¿y qué? Lo que debemos de preguntarnos no es si la negativa del Rey Felipe VI a firmar esto o aquello supondría el inicio de revueltas generalizadas y posteriormente una más que probable guerra civil. Más bien hay que echar cuentas de cuando se dará esto último fruto precisamente de la deriva institucional, política y social en la que llevamos sumidos desde ya hace demasiado tiempo.
Parece mentira que no seamos capaces de analizar con detenimiento situaciones similares que ya se han dado en esta vieja Europa caduca. O ¿es que nadie recuerda la guerra de los Balcanes y en lo que terminó aquella carnicería humana fruto de ese cáncer llamado nacionalismos? Al parecer se nos ha olvidado. Pero no se engañen, pasar de la situación actual que vivimos en España a un conflicto de ese tipo, solo hay un paso.
Porque la falta de decisión de Felipe VI es solo uno de los ingredientes suicidas de este coctel molotov encargado de destruir nuestra soberanía nacional en pro de un país federalista sin arraigo por nada. Esa es quizás la meta soñada por separatistas, corruptos y paniaguados sostenidos, irónicamente, por un sistema que agoniza de manera manifiesta.
Está claro que la decencia no porta corona y que Felipe VI ha optado por seguir aferrado al cargo, como todos los que sangran nuestras instituciones. Lo que parece que aún no ha comprendido es que aquellos a los que hoy no es capaz de plantar cara, serán los mismos que lo guillotinarán (metafóricamente hablando, o no, vete tú a saber) ante un pueblo hastiado de tanta mentira y desvergüenza.
Porque solo hay una forma de enfrentarse a aquellos que atentan contra ti y lo que supuestamente defiendes: Con firmeza y llegando hasta las últimas consecuencias. Las guerras, del tipo que sean, no se ganan desde el trono, el pulpito o el sofá de casa. La decencia y honorabilidad, tampoco, y si no echen un ojo a nuestra historia reciente y saquen cuentas de lo cerca que estamos de que todo aquello, que creíamos parte del pasado, se vuelva a repetir.
Mi resumen….cada día desde hace algún tiempo soy menos monárquica, fíjate tú que cada vez me que me acuerdo del porqué no te callas del rey para mi Juan carlos ,pienso que Felipe podría heredar también un poco de su carácter,na!!!! muuu alto y la sangre le cuesta llegar arriba.