Desde hace meses arrastro una tendinopatía en la zona del supraespinoso, es decir, que tengo jodido el hombro derecho, la mar de bien, y se me van agotando las opciones de una posible solución al problema, más allá de pasar por el quirófano para intentar finiquitar el tema de una vez.
Indudablemente, a lo largo de este tiempo, el que llevo arrastrando esta lesión, he tomado diferentes medicamentos buscando que la cosa, cuanto menos, mejorara algo. Sin embargo, en mi caso no ha sido así, pero me ha servido para pensar en todos aquellos medicamentos que solemos ingerir para tratarnos cualquier dolencia o enfermedad, en ocasiones, sin control alguno.
Y es que la industria farmacéutica siempre se encuentra posicionada en el top 10 anual del ranking de sectores que más facturan en el planeta. Además, otras empresas asociadas a esta misma milmillonaria industria, también se incluyen en estas listas por cantidad de ingresos y beneficios declarados, dando como resultado un próspero negocio que crece a pasos agigantados gracias a sucesos como la pasada pandemia global del Covid-19, donde han hecho el agosto con las famosas vacunas.
Cierto es que en las últimas décadas este sector ha dado soluciones totales o parciales a enfermedades que antaño se llevaban por delante la vida de millones de personas al año. Pero también es igual de cierto que muchos de los fármacos que hoy consumimos pueden ser una sentencia de muerte para un porcentaje de los usuarios que los toman, ahora, o en un futuro.
Efectos secundarios, hagamos lo que hagamos
¿Qué no?… Léanse el prospecto de cualquier medicamento genérico que consumen habitualmente e igual les cambia la concepción del asunto. Porque una cosa está clara, si son enfermos crónicos, de cualquier tipo de dolencia o enfermedad, les recomiendo encarecidamente que, si no lo habían hecho ya, examinen el prospecto del fármaco que estén tomando para intentar mejorar su estado de salud.
Las consecuencias de asimilar esa información es que les van a salir sarpullidos de pensar en todo aquello que les puede ocurrir, en mayor o menor medida, por estar administrándose este o aquel medicamento durante una temporada. Por poner solo un ejemplo de uno de estos productos que buena parte de la población consume habitualmente cada año; ¿Quién no se «autorreceta», de cuando en cuando, un ibuprofeno cuando siente dolor de algo o inflamación?
Entre otros efectos secundarios que puede provocarnos la ingesta de este medicamento están los siguientes: aumento de peso sin explicación, falta de aliento o dificultad para respirar, inflamación del abdomen, pies, tobillos o pantorrillas. Fiebre, ampollas, sarpullido, picazón, urticaria, inflamación de ojos, rostro, garganta, brazos o manos, dificultad para respirar o tragar, etc.
La lista sigue, pero no es cuestión de asustar a nadie, ¿no? Y ojo, estamos hablando de un fármaco genérico, de lo más común y que como digo lo consumen anualmente millones de personas solamente en España. Pero esto no es lo peor porque, más alla de aquello que podamos leer en el prospecto de cualquier medicamento, están muchos otros efectos secundarios que ni las farmacéuticas son conocedoras aún de su existencia.
Este hecho se ha comprobado en las últimas décadas con algunos fármacos, como por ejemplo el Myolastan, un relajante muscular que se comercializó desde 1978 hasta el año 2013. Este podía haber sido el causante de reacciones adversas cutáneas, en algún caso graves, e incluso alteraciones vasculares que podrían haber podido producir derrames celébrales a lo largo de todo el tiempo de su comercialización a pacientes a los que se les administró una dosis de manera continuada.
Esto quiere decir, en cristiano, que aún no conocemos los efectos secundarios de fármacos que tomamos en la actualidad, a pesar de la lista interminable que viene descrita en el prospecto de cada uno de ellos, por lo que a uno le da por pensar si no será peor el remedio que la enfermedad.
Evidentemente, en la mayoría de casos, a las personas que toman cualquier tipo de medicamentos de manera crónica, esta afirmación le parecerá una verdadera sopla pollez, y llevan toda la razón del mundo. Si por desgracia uno padece un cáncer o cualquier enfermedad que puede llevárselo por delante, antes o después, sin duda seguirá a rajatabla todo aquello que le indique su médico.
Probablemente, tomará un cargamento de medicamentos diarios rezando porque estos hagan su trabajo como es debido; parar el avance de la enfermedad. Ahora bien, cuando la mayor parte de la población toma infinidad de medicamentos a lo largo del año, muchas veces automedicándose, como demuestran los estudios y estadísticas que se realizan cada año sobre el tema, entonces, es muy probable, que estemos haciendo el idiota.
Porque, quizás, el ansiado remedio se convierta en una enfermedad no esperada y terminemos sufriendo algún efecto secundario adverso no deseado, como por ejemplo, morirnos por la propia ingesta del mismo y sus temibles efectos secundarios.
Asi que ya saben, aquí hay dos opciones a la hora de medicarse, incluso cuando lo hacemos de manera autónoma sin consultar con nadie especializado en el tema. Pueden leerse el prospecto del medicamento y, tras comprobar los efectos secundarios, terminar tan asustados que decidan acudir a «los remedios de la abuela». O dos, tomarse el medicamento sin leérselo, pudiendo acabar afectado por estos.
En cualquier caso, es muy probable que terminemos jodidos igualmente, así que lo mejor es hacerle caso al médico, ese que ha estudiado durante la mitad de su vida para saber si son, o no, recomendables estos o aquellos medicamentos. Por cierto, a muchos de ellos los agasajan las compañías farmacéuticas con viajes, sobres bajo mano y regalos varios para que receten sus medicamentos… Por si no lo sabían.