En los últimos tiempos me ha dado por ver videos en YouTube de muchas y variadas temáticas. Sigo canales dedicados a los automóviles clásicos, una de mis grandes aficiones, otros de motocicletas, mi otra gran pasión y sector con el que me gano la vida, e incluso referidos a economía, opinión política o cocina.
En definitiva, un popurrí variado en el que a veces me sumerjo y paso el rato entretenido, en ocasiones por demasiado tiempo, aunque supongo que esa es la intención final de sus creadores, la de mantenerte ahí enganchado, además indudablemente de la de ganar pasta.
Sin embargo, de lo que me he dado cuenta de un tiempo a esta parte es como han florecido los creadores de contenido que de alguna forma intentan venderte el secreto divino de cómo alcanzar la felicidad. Sí, eso que la inmensa mayoría de los mortales anhelamos, pero que, generalmente, no solemos terminar de entender cómo funcionan los mecanismos que consiguen activarla, y a ser posible, que se queden en «modo on» para siempre.
Aquí hay dos problemas fundamentalmente: Primero de todo que la felicidad como tal no es un logro alcanzable que se presta a ser capturada porque terminemos haciendo esto o lo otro en función a los consejos que nos vende desde el otro lado del monitor, alguien con una sonrisa perenne en la boca.
Por otro lado, y aquí radica el problema del asunto, en la mayoría de los casos esos que están ahí contándote lo felices que son con este o aquel método, que la mayor parte de las veces lo han ideado ellos, faltaría más, no tienen generalmente intención de que tú llegues a ser feliz de manera completa.
¿Cómo va a ser eso?, te preguntarás mientras lees estas líneas y no sales de tu asombro. Básicamente, porque si tú llegaras a ser feliz en algún momento, se les acabaría el negocio. Por otro lado, gran parte de estos «comerciantes de lo divino» no son felices ni ellos mismos, por ende, si quien te vende el solícito producto en infinidad de ocasiones no aplica para sí mismo estos fantásticos métodos contrastados, es difícil que el cliente final alcance la felicidad plena en algún momento.
Pero es que aún hay más; La mayoría de nosotros ni siquiera merecemos ser felices. Sí, entiendo que esta rotunda afirmación sienta mal escucharla, o leerla como es el caso, pero si hacemos una profunda reflexión interior y analizamos nuestra manera de ser y actuar, siendo autocríticos y sinceros con nosotros mismos, es posible que llegásemos a esta conclusión en más de una ocasión. Y de dos.
Por otra parte, para que supuestamente haya gente feliz, debe haber otra parte poblacional que no lo sea. Es un principio básico en la mayor parte de estados, vivencias y sentimientos que afrontamos en nuestra vida. Debe existir el Ying y el Yang. Sin uno de los dos, el otro no tiene razón de ser. Y llegados a este punto hay que hacerse otras dos preguntas fundamentales con las que podamos sacar una conclusión que nos arroje algo de luz a este misterio de la felicidad y la comercialización de la misma.
Lo primero de todo es ¿cuál es la cuota proporcional de felices e infelices, que debe de haber en una sociedad para que todo logre alcanzar el citado equilibrio existencial y que este llegue a ser lo más justo posible? Pero hay algo más importante aún: ¿Qué es la felicidad y en función a que puede uno considerar que la ha alcanzado en algún momento en concreto? Lo digo porque hay gente que es feliz delante de un televisor, o eso dicen ellos. Otros lo somos tecleando en un ordenador y plasmando las pajas mentales que horneamos en la cabeza, como la aquí presente.
Hay gente que es feliz yéndose a andar tres veces en semana y otro tipo de personas a las que el simple hecho de que le menciones la palabra ejercicio les produce urticaria. Asi que ya me contaréis cómo es posible alcanzar la felicidad, según expertos en la materia que se dedican a crear contenido en plataformas como YouTube, si aquí cada uno somos de un padre y de una madre, o como decía un profesor que tuve en una ocasión, “Cada uno es cada uno y cada uno tiene sus cadaunadas”. Él argumentaba que esta célebre frase se le atribuía a Miguel de Unamuno. A mí no me ha hecho feliz ir a comprobarlo.
Asi que ya sabéis, si creéis que se puede llegar a ser felices visualizando este tipo de videos, asistiendo a master class online o pagando cursos de esto o lo otro, adelante. Solo diré que hasta el día de hoy me he topado con mucha gente en apariencia feliz. Algunos lo eran realmente, sin necesidad de ver videos de ningún tipo. Otros muchos fingían serlo y creo humildemente que esta actitud hacia la vida no la cambia ni el mejor vendedor de humo que se publicite en “yutuve”.