Formamos parte de un sistema donde la conocida como sociedad de consumo se ha convertido en uno de los principales pilares vertebradores del mismo. De hecho nuestro actual modelo de vida no tendría razón de ser sin la existencia de esta, ya que, gracias a los resortes económicos que permiten nuestra actividad consumista, se consigue financiar aquellos aspectos primordiales encargados, precisamente, de sustentar el actual modelo social-económico sobre el que orbita el llamado primer mundo.
Sin embargo, la forma de operar dentro de esta economía de mercado por parte de cada uno de los individuos que la conformamos, es esencial para su buen funcionamiento de una manera general. Es por ello que para ser beneficiarios, por ejemplo, de un crédito o una hipoteca, el solicitante debe de cumplir una serie de requisitos estrechamente relacionados con diversos temas de ámbito laboral y/o económico.
Así mismo, es importante subrayar que la sociedad de consumo tiene una serie de pros y contras ligados de una manera directa a la ideología imperante: El capitalismo. Lo que sí es básico entender es que si todos y cada uno de nosotros no actuamos de buena fe, ciñéndonos a esas reglas que regulan la propia economía, es probable que esta termine colapsando y todo se vaya literalmente al carajo, como ya ocurrió en 2007 con la conocida “crisis de las hipotecas subprime.”
El consumismo como forma de vida
Más de uno se preguntará a razón de que esta reflexión en materia económica-monetaria y un servidor les aclara las dudas a este respecto, no sin antes dejar claro que, a pesar de que pocas cosas lo pillan ya a uno por sorpresa, en nuestro sótano de inconsciencia plena, siempre hay una planta más abajo donde podemos terminar dando tumbos.
Una conclusión a la que llegué hace apenas unos días tras leer uno de esos email que entran a menudo a la cuenta de correo de la empresa. Este, a diferencia de la mayoría de los que suelen colmar la bandeja de entrada, captó mi atención de manera instantánea, primeramente a medio camino entre el asombro y el desconcierto, aunque finalmente aceptando que estamos donde estamos precisamente por esta manera nuestra de ser, donde la mentira y el chanchulleo son parte intrínseca de la forma de vida que llevamos.
Me refiero como no a la forma de proceder del españolito medio, ese mismo convertido en un adicto a los créditos de consumo, los mismos, por otro lado, por los que se terminan pagando dos o tres veces el capital financiado al final del plazo pactado inicialmente para devolver la cuantía solicitada. En cualquier caso, y ciñéndonos a eso de que somos unos afiliados premium a todo aquello que huela endeudamiento, quédense con el propio título del email; “Uno de cada cinco españoles considera aceptable exagerar los ingresos al solicitar un préstamo para automóvil, según un estudio de FICO.”
La empresa encargada del estudio, FICO, originalmente Fair, Isaac and Company, es de origen estadounidense y se centra, mediante el análisis de datos, en servicios de calificación crediticia. Esta ha llegado a la conclusión, tras una encuesta a 1.000 adultos españoles entre abril y mayo de 2025, de que “un 11 % de los consumidores afirma que es normal exagerar los ingresos en una solicitud de hipoteca, mientras que un 20 % considera aceptable hacerlo en determinadas circunstancias en el caso de la financiación de automóviles y los préstamos.”
Aún peor; “un tercio de los españoles considera que este comportamiento es aceptable en algunas circunstancias o incluso normal.” Yo no sé a ustedes, pero a mí se me ponen los pelos como escarpias de saber que una de cada tres personas que conozco son capaces de timar a quien haga falta si con ello logran que les concedan un crédito con el que poder comprarse un coche nuevo, irse de vacaciones o pagarle la comunión a la cría.
Suponemos que esta forma de actuar se apoya directamente en la creencia de que hablamos de cosas de imperiosa necesidad para una existencia plena, o al menos eso es a lo que se suele agarrar la mente que vive instaurada a ese consumismo extremo. Todo esto lo lleva a uno a pensar lo pronto que se nos olvida lo mal que lo pasaron algunos en la ya citada crisis inmobiliaria fraguada a mediados de la primera década de este siglo.
Una situación que azotó las economías de muchas familias durante varios años. De hecho, infinidad de personas lograron salir adelante gracias a los ahorros y pensiones de sus padres o abuelos, sin su inestimable ayuda, más de uno habría terminado por tirarse de un puente, acuciado por las deudas, sin trabajo y por ende sin ingresos suficientes para sustentarse él y los suyos (de tenerlos.)
Como consecuencia de esta manera de actuar, la de vivir por encima de nuestras posibilidades, tal y como escribió en su momento el filósofo, ensayista, poeta y novelista español George Santayana, “aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo.” Y quizás ahí es donde radica nuestro mayor problema; la falta manifiesta de memoria. Porque queda claro que lo de no tener sentido común parece que nos viene de serie en el pack genético que da vida al español de pura cepa.
Es por ello que este tipo de conductas, algunos las terminan justificando poniendo como excusa esa pillería tan arraigada a nuestra forma de actuar; otros simplemente se escudan en que estamos ante una manera de buscarse la vida como buenamente puede uno y otros tantos (los menos) a poseer una falta de ética apabullante. Porque claro, uno se imagina al fulano de turnos contándole al trabajador de un banco cualquiera que necesita un préstamo para comprar un coche y que mensualmente, en vez de los dos que gana realmente, gana tres, siendo además muy probable que al mes siguiente su jefe le suba el sueldo por su excelente rendimiento y sintonía con la empresa… (Véase la ironía).
Total, la cuestión aquí es salir de la entidad con “las perras en la cuenta” aunque para ello hayamos hecho de la mentira el sustento de nuestra retórica. Luego ya poco importa que en lo sucesivo nos queden tropecientas letras por pagar, esas mismas que igual vuelven a terminar asfixiándonos por habernos quedado sin empleo y posteriormente sin ingresos con los que hacer frente a “las púas” ¿Y qué más da?, se preguntarán algunos; ya vendrán nuestros padres, abuelos o Perico el de los Palotes a sacarnos del embrollo; total, para dos días que vamos a estar aquí, habrá que vivir, ¿no?…
Imagen: Kondinero
Tristemente viene la agenda2030 y echaremos de menos esas hipotecas o no y el mundo en el que se vivia….nos dejarán fuera de juego. Espero no verlo .