El intenso calor que está pegando con fuerza en estos días se convierte en una excusa perfecta para que, dé vez en cuando, uno se largue a la costa a tomar algún refrigerio. Ya sea en forma de cerveza, granizado o cualquier otro tipo de bebida refrescante. La cuestión es salir un rato de casa para, además de intentar bajar nuestra temperatura general, disfrutar de la bella impronta que ofrece este lugar privilegiado donde me ha tocado vivir.
De igual forma, estas escapadas playeras, ya sean solo o acompañado, a uno le sirven en lo personal para reflexionar sobre lo que acontece casi a diario, ya sea en materia social, política, económica o de prácticamente cualquier otra índole. También para presenciar escenas rozando lo inverosímil a razón de una convidada para tres, con peludo canino de buenas dimensiones, incluido en el grupo.
Fue la otra tarde cuando, estando sentados y servidos en una de las terrazas veraniegas que pueblan el paseo costero que une Santiago de la Ribera con Lo Pagan, vimos llegar a una pareja de guiris de mediana edad junto a un mastín de aspecto afable. Encabezando el grupo hicieron acto de presencia inicialmente los “dos machos”, con un gesto bastante parecido entre ambos, todo hay que decirlo, para posteriormente hacer lo propio la chica.
Esta última portaba sobre las manos un aparato médico (no sabría muy bien decir para qué uso) fruto muy probablemente de alguna enfermedad grave. De este salía a su vez una sonda que conectaba directamente al brazo de la propia mujer. La chica, al igual que habían hecho muy poco antes el varón y el perro, pasó por nuestro lado para instalarse en la mesa que quedaba justo a mi espalda.
Con los tres acoplados, el camarero se les acerca para tomarles nota y la fémina le encomienda, en este mismo orden y con tono distendido, “una Coca-Cola, un Red Bull y un Aquarius, por favor”. El camarero apunta lo que ella le ha dicho y supongo (ya que no podía verlo en ese momento) que, tras contabilizar a los clientes, le sobraba una de las bebidas. Así que lo oigo repetirle a la mujer la comanda, a lo que ella, chapurreando a medio camino entre español y algún otro idioma, le da su OK.
Seguidamente, el aplicado barman regresa al interior del local para preparar y traer el pedido a sus clientes, apenas un par de minutos después de haberles tomado nota. Sin embargo, no han pasado más de unos segundos desde que les ha servido la mesa cuando se inicia entre ellos una conversación poco afable a razón de la ronda, quienes la están consumiendo, pero sobre todo el modo de hacerlo.
-Camarero: Eso que estás haciendo no te lo puedo permitir. Tú no puedes darle de beber al perro en el vaso que luego yo tengo que usar para servirle a otros clientes
-La Guiri: Ya, pero es que el perro tiene mucha sed
-Camarero; Ni sed ni ostias, eso es una guarrada. Tú me lo dices y yo le saco un cacharro, pero eso que estás haciendo no es de recibo. ¿Quieres un cacharro para el perro?
-La guiri; Sí, por favor
-Camarero: Es que esto ya se nos va de las manos…
Yo que en esos momentos estoy “con la parabólica puesta” en la conversación mientras mi respectiva me mira con cara de circunstancias, le doy mentalmente toda la razón al camarero, que en esos momentos sigue deambulando por la terraza mascullando entre dientes por la situación que le ha tocado lidiar apenas unos segundos antes. Cosa, por otro lado, totalmente fuera de lugar y que se ha convertido en algo muy habitual entre aquellos que tenemos mascotas.
Me refiero a lo de humanizar hasta el extremo a nuestros animales, algo verdaderamente perjudicial tanto para ellos como para nosotros. Y entiendo a la pareja protagonista de esta historia, más aún teniendo en cuenta su procedencia, ya que en muchos países occidentales la conciencia animal y el cariño que se les profesa a estos en general, dista bastante de nuestra forma de proceder en estos menesteres. Eso a pesar de que en las últimas décadas hemos mejorado bastante en cuanto a los derechos de los animales y su cuidado.
Y precisamente es aquí donde yo quería llegar. Los animales, del tipo que sea, incluso a pesar de que muchos de nosotros sintamos por ellos un amor incondicional tanto, e incluso más, que hacia muchas de las personas que conocemos, no tienen derecho alguno (aunque haya gente que crea justamente lo contrario) de tomarse un Aquarius en un local público usando un vaso de los que posteriormente se va a volver a emplear para servir a cualquier cliente que acuda al lugar.
Esas cosas se pueden dar, si nosotros lo decidimos así, en el seno de nuestro hogar, pero nada más. Y a más de uno esto le puede parecer una gilipollez o un despropósito cuando hablamos de normalizar la convivencia entre personas y animales. Sin embargo, lo que hay que entender aquí es que buena parte de la población no ve con buenos ojos que sucedan cosas como esta en un establecimiento de carácter público, y además con razón.
Por lo tanto, si queremos que nos respeten, debemos hacer lo propio y para ello hay que ponerse en el pellejo del que tenemos en frente, por ejemplo el chaval que en esos momentos se encargaba de servir en aquel bar. Porque tú le puedes dar a beber donde, como y cuando te salga de tus huevos morenos a tu perro, pero nunca invadiendo la libertad de elección que tiene el de al lado, ya sea referida a esta tema, o a cualquier otro.
En lo personal a mis dos perros les encanta chupar el cuenco que yo empleo para echarme yogur y fruta una vez yo he terminado. Pero eso es algo que yo hago en mi casa, con mi cuenco (el mismo que nadie más usa) y mis alimentos. Para mí no hay ningún problema sobre este respecto; ellos chupan del cuenco encantados de la vida, después se friega y andando.
Pero eso, como reitero nuevamente, pasa en mi casa y con mis enseres. Por mucho que intentemos darle una normalidad manifiesta al asunto y a su vez extender estas prácticas fuera de nuestro entorno personal, no la tiene. Aún menos cuando, con nuestra manera de actuar, estamos incumpliendo las normas de un local o simplemente molestando al que lo regenta. Luego no podemos extrañarnos de que aquí o allí prohíban la entrada de animales. O que a este o a aquel no le haga ni chispa de gracia el perro de Manoli o la gata de Gregorio.
Con este tipo de acciones y conductas generamos involuntariamente animadversión hacia los animales por parte de aquellos que no comulgan con estas cosas. Por otro lado, los únicos que no son culpables de nada en este mundo lleno de normas y formalidades, esas mismas que son completamente necesarias si queremos seguir manteniendo un estatus como sociedad civilizada y diferenciarnos precisamente de la forma de vida que impera entre aquellos que habitan la jungla, aunque sobre esto último pareciera que, por momentos, estuviéramos perdiendo la batalla de manera literal.