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La España tercermundista que hemos creado

Estamos a lunes 28 de abril de 2025, son las 21:49 de la noche y a oscuras trato de plasmar, con apenas un 9% de batería restante en mi smartphone, cuáles son las sensaciones que atesoro tras prácticamente 10 horas sin tener acceso a un servicio tan primario como es el de la electricidad en casa. Evidentemente, hablamos de un lujo que supuestamente teníamos a nuestra disposición, de manera ininterrumpida, en lo que vulgarmente se denomina primer mundo.

Sin embargo, eso parece haber cambiado hoy dentro de las fronteras de esta España nuestra ¿Los motivos?… Pues a estas horas seguimos sin conocerlos. Nuestro querido Pedro el I, más conocido internacionalmente como Antonio, no ha sabido aún explicarnos el porqué de esta dantesca situación. Eso sí, en sus primeras declaraciones se apresuraba a  instar a la población a que no se dejara llevar por noticias de lo que ellos denominan pseudo medios y acudieran a los canales oficiales para estar al tanto de lo que ocurría en tiempo real.

El problema es que esas fuentes de información “tan pulcras y veraces”, las que ellos manejan, han hecho de todo, hasta este momento, menos informar a la población. Ya se especula, entre otras vías de investigación, con que las causas de este gran apagón estén relacionadas con una fuerte oscilación de los flujos de la red y posterior desconexión de la red europea. También se habla de un fallo en la generación de la propia energía eléctrica. Incluso entra dentro del bombo de las posibles opciones la acción virulenta de un fenómeno meteorológico poco común.

Por supuesto, luego hay otras opiniones que ya apuntan a que un ciberataque haya sido el causante de este desaguisado energético. Otros mal pensados, como un servidor, apuestan por diferentes teorías paralelas a las ya mencionadas, aunque muy probablemente relacionadas con este último supuesto y a su vez interconectadas con asuntos de candente actualidad como el contrato mil millonario para el rearme a nivel europeo o por qué no, o el famoso kit de supervivencia para 72 horas.

También está la más que sospechosa, ¿casualidad?, de que el apagón se produjera justo el mismo día que procesaban al hermano de Pedro Sánchez por presunta adjudicación irregular de una plaza en la Diputación de Badajoz. Incluso, quizás, hayamos sido los conejillos de Indias que la Unión Europea y los entes supranacionales que manejan el cotarro han usado para volver a poner en marcha su técnica del miedo y el alboroto social.

Sobre esto último solo había que ver cómo estaban las puertas de montones de supermercados de buena parte de las zonas afectadas pocas horas después del apagón. Algunos de ellos han vuelto a reeditar aquellos momentos vividos en los primeros compases de la conocida pandemia del COVID, donde encontrábamos una masa despavorida entrando en los comercios locales para pocos minutos después salir al galope con carros colmados de víveres como si se fuera a acabar el mundo en aquel mismo momento.

Una vez más, como ya ocurriera hace ahora unos 5 años, la gente se vuelve a comportar como un rebaño descerebrado al que solo les importa una sola cosa; ellos mismos. Pero poco o nada pueden extrañarnos ya este tipo de conductas, cuando la ingeniería social del miedo ha logrado incrustarse hasta la médula en la conducta de la mayoría de la población, poniendo de manifiesto la falta de criterio, solidaridad y empatía por una buena parte del populacho.

Todo esto nos debe de servir esencialmente para aceptar, de una vez por todas, un hecho que en los últimos meses se ha puesto de manifiesto de manera irrebatible en nuestra cotidianidad; somos un país tercermundista. Lo pudimos comprobar de manera cruel y funesta antes, durante y después de la fatídica DANA del mes de octubre del pasado año 2024. Y ahora, 10 horas después de que en muchos municipios de España se fuera la luz, vuelve a ser totalmente indiscutible la situación de precariedad política, social y económica en la que está sumida España.

Ya no hay peros, o excusas que valgan. No se puede tapar con un manto de mentira, ingenuidad y dejadez el lodazal en forma de estado en el que vivimos. No hay forma alguna de revertir una situación que lleva años fraguándose y que, cada vez con más asiduidad, se hace latente en nuestra vida diaria. No importa ya que nos gobierne un sátrapa como Pedro Sánchez, o que mañana sea el iluminado de Feijóo o el eterno salvador de Abascal el que tome la batuta de mando. Nuestro problema es sistémico y está enraizado hasta lo más profundo del estrato que da forma a la sociedad que conformamos como ciudadanía.

Es un mal de origen, adquirido durante el proceso en sí que dio lugar al propio Estado español. Y sí, todos y cada uno de nosotros somos juez y parte del problema y un elemento más de esa composición social, a todos los niveles y en todas las formas que ha degradado nuestro sistema hasta niveles de cainismo insospechados. Además, ya no hay forma de escapar al resultado final de décadas de inmoralidad generalizada donde hemos emplazado nuestros deberes en pro de nuestros anhelados derechos, sin preocuparnos lo más mínimo de tener una base sólida con la que poder sustentar estos últimos.

No se puede exigir nada cuando no te has preocupado de tener alternativas válidas a lo establecido, lo que se conoce como un “plan B”. Y no, esto ya no va de colores, de izquierdas, de centro o de derechas. Estamos ante una encrucijada difícilmente salvable donde nuestras libertades peligran de manera exponencial cada día que pasa. Tras cada toma de decisiones por parte de las élites que nos controlan. A cada momento en el que nuestro presente y futuro está en manos de terceros, sin que nosotros tengamos acceso alguno a las decisiones vitales relacionadas con todo ello.

Y que no se le olvide a nadie: El apagón, en definitiva, servirá para justificar políticas restrictivas presentes y futuras con las que cerrar el cerco sobre la libertad individual del ciudadano. Probablemente, también, para ocultar la fuga de datos personales de millones de personas, o como excusa para seguir derrochando millones de euros en aquello que supuestamente nos salvará de ese desastre inventado e inducido por los mismos que vuelven a ponernos de frente contra el paredón de la cruda realidad.

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