Todos sabemos que cuando deseamos encontrar una expresión que se adapte bien a un hecho en cuestión, no hay nada como tirar de nuestro refranero español. En él podemos recurrir a infinidad de frases hechas y expresiones que llevan toda una vida dando sentido a nuestra cotidianidad. Entre estas sentencias tan ilustrativas, las cuales llevo comprobando su veracidad a lo largo de mis cuarenta y tantos y además de momento no he podido (aunque si intentado) ponerlas en duda, está la de; “Los amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano” a lo que podríamos incluso añadir, en ocasiones, “y a veces te sobran la mitad”.
Basándome en esta regla básica de suma y resta y echando un ojo en torno a lo que me rodea, estoy más cerca en lo personal de la parte añadida, que de la versión oficial del propio refrán. Por suerte, los que son de verdad, no a medias o según interesa, llegaron a mi vida en forma de premio, aunque en ocasiones haya necesitado muchos años para ser consciente de ello. Y entre ellos, tengo a uno muy especial, no solamente por su propia idiosincrasia, sino también por las circunstancias vividas de manera común y por separado. Las mismas que quizás dieran lugar a esa compleja alineación espacio-tiempo para que nuestras vidas terminaran circundando un camino paralelo.
Dionisio, “el Dioni” para algunos, forma parte de mis vivencias desde hace casi par de décadas. Un amigo de los de verdad que en ocasiones he querido como a un padre, en otras como a un hermano y en general como a alguien indisoluble en mi historia y todo lo que, en modo alguno, forma parte de ella. A decir verdad, no sé cuál fue la primera vez que nos vimos o que su sobrina, mi mujer, nos presentó oficialmente. Sin embargo, el vínculo que nos ha unido a lo largo de estos años se ha ido haciendo cada vez más fuerte a pesar de que haya factores reseñables que, a priori, pudieran estar en contra de esta estrecha relación.
Entre ellos su edad, ya que el colega calza 80 primaveras en el momento que escribo estas líneas, por lo que prácticamente dobla la mía actual. En cualquier caso, esto nunca fue un inconveniente para llevarnos bien y tratarnos debidamente el uno al otro. Eso de que “un tío se viste por los pies” lo llevamos a rajatabla y posiblemente sea uno de los pilares principales del buen trato que hay entre ambos y el respeto mutuo que nos profesamos.
Si tuviera que describir en una sola palabra lo que siento hacia su persona, quizás se resumiría en “admiración”. Su forma de afrontar la vida, de cuidar de los suyos y tratar como si lo fuera a quien le demuestra respeto, no está al alcance de todos y además, para ello, se precisan una serie de valores e ideales que parecieran haberse extinguido hace ya bastante tiempo. Perder a quien más querías, reponerte y seguir adelante con la única preocupación en la mente de la de cuidar y salvaguardar el bienestar de tu familia, solamente merece una profunda admiración de todo aquel que te aprecia.
Además, atesora una serie de características que si bien en un principio pudieran confundir al personal terminan por sorprenderte para bien cuando logras ganarte su confianza y que te haga un hueco en su vida. La ironía, un fino toque de humor negro y a ratos ramalazos de mala follada son parte del envoltorio que recubre al personaje. Tras el mismo, sin embargo, encontramos la humildad, sin ella sería imposible llegar hasta donde él lo ha hecho, la lealtad, la perseverancia y un toque de picardía que no hacen, sino acrecentar aún más esa imagen de hombre de bien que todos quisiéramos poseer y que muy pocos logran alcanzar.
Lo cierto es que cuando uno echa la vista atrás y ve lo vivido a su lado, solo puede regocijarse por ello. Me siento alguien afortunado por haber tenido la suerte de que forme parte de mi existencia y viceversa, entre otras cosas, porque, por encima de cualquier otra, siempre ha estado ahí. Cuando lo he necesitado ha hecho todo lo posible para intentar echarme una mano en cualquier menester cotidiano. Hemos sido paño de lágrimas el uno del otro y confesionario de nuestras penas, miedos y preocupaciones en un sinfín de ocasiones.
Me he notado el nudo en la garganta cuando apenado, me daba habida cuenta de imágenes que quedaron grabadas para siempre en su recuerdo y se me han encharcado los ojos cuando le hacía saber aquello que martilleaba sin tregua parte de mis pensamientos. He sido testigo de cómo se ha ilusionado como un niño (a pesar de su edad), por mil cuestiones varias, y hemos vivido momentos que simplemente quedarán impresos en mi memoria, y supongo que en la suya también, para siempre.
La realidad es que el tiempo pasa inexorablemente y ahora, cuando lo visito y lo encuentro en el sillón sentado junto a su Ramona, de la que no se despega ni a sol ni a sombra, veo más que nunca a ese tipo que siempre admiré, que se sigue vistiendo por los pies ante cualquier situación y mira al mundo de frente sin amilanarse, incluso en momentos tan tristes como los que vive en estos días, tras perder a uno de sus hijos. A pesar de su entereza ante todo aquello que acontece, me confiesa en ocasiones que cuando se mira en el espejo no reconoce al anciano que se refleja en él y sin perder ese toque de humor negro, ironía y mala leche que lo caracteriza, me espeta frases del tipo; “todos los viejos tenían que morirse ya”.
Por la parte que me toca espero que dure al menos 100 años más y que si por un casual se larga de este mundo antes que un servidor se acuerde siempre de que era de esos pocos que entraban en la suma de la mitad de mis dedos, de esos que yo considero un amigo, de los de verdad, de los que ya no se fabrican. Porque posiblemente con él decidieron retirar el molde para siempre y aunque en lo sucesivo podrá haberlos buenos, probablemente nunca llegarán a ser mejores.
Imagen: Murat Halıcı