Soy Danko, un simple perro que lleva ya bastantes lunas y soles viendo pasar el tiempo detrás de unos barrotes. Me recogieron de la calle una mañana que me pillaron desprevenido, tras haber logrado escaparme de la soga que me mantenía atado a un poste desde ni me acuerdo. Mi amo me colocó allí y nunca más volvió a soltarme. De vez en cuando me traía algo de comer y agua, pero nada más. Sin embargo, a base de roer la propia soga conseguí salir de allí… pero la alegría duró muy poco.
Apenas unos días después, varios humanos vestidos de azul me engatusaron con unas salchichas y yo, que andaba con el estómago vacío, terminé cayendo en su trampa. Lo siguiente que recuerdo fue despertar sobre la base negra de plástico donde duermo cada noche… No está mal, si lo comparo con el sitio donde tanto tiempo pase amarrado, pero tampoco es que sea el sueño dorado al que aspiraba cuando tan solo era un frágil cachorro acurrucado sobre el pecho de mi madre, mecido por el vaivén de su respiración.
Estas últimas noches han sido jodidas, no he podido pegar ojo ni bajar mis orejas para intentar relajarme, aunque fuera durante un rato. La lluvia y el frío nos están pegando duro y a Nelson, el Pitbull que tengo al lado, le ha dado por ladrar incesantemente a modo de queja. Parece que es el macho alfa de la perrera, pero nada más lejos de la realidad. Sus quejidos me han despertado a mí, a Kira, e incluso a Shira, una American Standford de buen porte que habita tres jaulas más allá.
Esta situación ha hecho que mis patas estén un poco entumecidas a primera hora del día, da buena fe de ello los dos trancazos que me ha dado de bruces al intentar incorporarme tras toda la noche echo un ovillo. Poco más que un inválido me he sentido al caer, sin lograr sentir mis cuartos traseros hasta bien entrada la mañana. A Barney, un mestizo que tengo al otro lado del enrejado, le ha dado por reír y en esas medias, una tos bastante grave ha salido de su fornido pecho.
Antes, en su juventud más temprana, sus dueños lo empleaban como sparring, algo así como un perro de entrenamiento para sus hermanos luchadores. Habida cuenta de esta época dan las cicatrices distribuidas por todo su cuerpo, además de unos andares algo destartalados por una antigua fractura en su cadera. A veces nos cuenta batallas pasadas, donde fue un gran perro a pesar de la maldad de sus dueños, y aun así, dice que les echa de menos.
Es algo que no entenderé nunca, pero es así. Da igual cómo nos hayan tratado, pero siempre somos leales hasta el final, aunque este último sea cada día más incierto para la mayoría de los que aquí habitamos. Lo digo porque hace ya bastante tiempo que no veo salir a ninguno de la zona donde me tienen enjaulado. En los últimos meses, le han dado la carta de libertad a un caniche remilgado, también a una mezcla de bodeguero algo alocado, a varios pastores alemanes con su típica indiferencia e incluso a algún mastín que, por su tamaño y “mantenimiento”, siempre se había comentado que probablemente morirían en esta cárcel.
Sin embargo, por algún motivo que desconocemos, los que tienen un cierto parecido conmigo, y por supuesto un servidor, no logramos que ninguna de las personas que andan por aquí a todas horas se interesen por nosotros. Ni tan siquiera que nos saquen de cuando en cuando a dar un pequeño paseo para poder desentumecer nuestros cuerpos agarrotados.
Comenta Bruna, una preciosa Pitbull que se deja ver a regañadientes en el patio, (dice que se le mancha su pelo color canela), que hace un tiempo escuchó hablar algo a varios de estos humanos sobre una ley, o algo así, referida a todos nosotros, los de aspecto fuertote y musculoso. Según comentaba, ahora iba a ser muy complicado lo de nuestra adopción por culpa de una nueva norma acordada entre ellos mismos (las personas). Esta hacía bastante más complejo que pudiéramos tener una vida fuera de este lugar.
Nos llaman algo así, como “PePePes”, que es como se llama precisamente uno de los voluntarios que nos ayuda a mantenernos limpios y alimentados, Pepe, pero con otra “pe” más al final de su nombre. La verdad, no sé muy bien de qué va la cosa, pero según dicen somos peligrosos ¿Peligrosos?… Tenían que escuchar a Nelson lloriquear, o a Barney contando sus historias totalmente abatido. Si eso es ser peligroso, entonces Mousuun, un perro un poco rarete y bastante feo que se “hospeda” en el módulo más al norte del recinto, podría ser el galán del lugar.
Para colmo, hace unos días, se dedicaron a ponernos flores y diademas y no sé qué historias más en la cabeza. Después una chica nos apuntaba con algo y un destello de luz, nos dejaba medio cegatos. Qué cosas tienen estos humanos. Cooper un podenco que habita dos calles más allá, nos comentó que eso a lo que nos habían sometido durante toda una mañana se llaman fotografías y, según él, es para ayudarnos a salir de aquí, o eso le escuchó hablar a Bea, la chica que nos realizaba las fotos, o como leches se llamen, con uno de sus hijos.
La realidad es que las lunas pasan, los soles brillan y se apagan y nosotros, a los que estos seres de luz llaman “PePePes”, seguimos sin que nadie se interese en adoptarnos y que podamos demostrarles que lo único que añoramos es a alguien que, de vez en cuando, nos regale una caricia, tener un sitio caliente en invierno (sin muchos lujos) y estar algo más frescos en verano, en el suelo de algún hogar.
No pedimos demasiados mimos, ni tan siquiera cuidados excesivos. Solo esperamos, que algún día, seamos uno de los elegidos, de esos que se van de aquí y ya no vuelven. Nos prestaremos, mientras tanto, a que nos sigan disfrazando con coronas de flores en la cabeza, diademas o lo que se tercie, a ver si de una vez por todos alguien se apiada de nosotros y alcanzamos la ansiada libertad.
Atentamente, Danko, un “PePePe”… O algo así, según algunos.