Hace unas noches estuve escuchando escandalera en mi calle y las contiguas a esta, propiciada por un grupo de adolescentes que, frecuentemente, en la mayor parte de su tiempo libre, se la pegan deambulando de aquí para allá sin mucha intención de hacer algo de provecho, incluso ni siquiera en beneficio de su propia persona. A mí particularmente no me importa demasiado lo que hagan todos y cada uno de ellos, básicamente porque ninguno está bajo mi responsabilidad legal y, por otro lado, porque hace mucho tiempo que creo desasosegadamente que muchos son, por desgracia, y sin ellos saberlo, una generación con un futuro bastante negro por cuestiones varias.
Y no, no es culpa suya, al menos no toda. Está claro que los mecanismos de la sociedad actual no funcionan como debieran. Aún menos cuando un gobierno «orwelliano» como el actual, lejos de importarle lo más mínimo su futuro, intenta comprar su voto presente o futuro dándoles, por ejemplo, ayudas de 400 euros para que se las gasten en cultura, que al parecer esta puede ser en forma de videojuegos. Saquen sus propias conclusiones.
Está claro que hemos involucionado en muchos aspectos y que una parte de la chavalería actual es el fiel reflejo de ello. No todos, evidentemente, también los hay que buscan mejorar a diario, ser más discernidos y en definitiva sobreponerse a los males endémicos mentales, espirituales, sociales y culturales que hoy nos ponen contra la pared de manera sistemática. Pero claro, para ello deben estar respaldados por un sistema y una familia que sea consciente de todos estos problemas y que además de explicarles el porqué de las cosas, los expongan realmente frente al contexto general que va cercando sus vidas.
Me explico. De nada sirve que parte de las nuevas generaciones estén muy preparadas académicamente, (eso declaran a este respecto los organismos oficiales), si luego no son capaces de entender, respetar y defender los valores más elementales que debe tener una sociedad que así misma se denomine avanzada. Esto quiere decir que buena parte de la juventud actual no entiende de obligaciones morales, de esas que a la mayoría nos inculcaron desde muy pequeños, donde no solo el valorar lo material era importante.
También muchos aspectos que dan forma a nuestra vida y son elementales a la hora de afrontarla, como por ejemplo la amistad, la palabra, el honor, la compasión, etc., y que además son de vital importancia proteger. En definitiva, tener unos principios sólidos y bien estructurados que los hagan fuertes ante la ignorancia, la desidia y la panda de hijos de puta que habitan este mundo y están ahí esperándolos para patearles el culo, una y otra vez.
Sin embargo, las cosas han cambiado mucho, demasiado me atrevería a puntualizar de manera personal. Solo con echar la vista atrás, apenas unos 25 años, podemos ser conscientes del vuelco que ha dado la sociedad en su conjunto y como nos hemos ido dejando por el camino la mayor parte de las cosas antes mencionadas. Y vuelvo a lo de antes, esto no es culpa de los jóvenes, al menos en gran parte. Está claro que, llegado a una edad donde el raciocinio del individuo está desarrollado por completo, cada uno es libre de adoptar su posición ante la vida y empezar a deambular por el camino correcto. O no.
Pero la realidad es que tanto los gobiernos que hemos ido teniendo, sin excepción, con sus leyes educativas sin sentido, buena parte del funcionariado que se encarga de aplicar los planes de estudio aprobados, y por supuesto, en muchas ocasiones, los propios padres, son culpables a tres bandas de todo lo que hoy tenemos en este aspecto, y por desgracia de lo que está aún por llegar.
Y todo esto lo cuento porque como decía al principio hace apenas un par de noches tuve que llamar a los seguratas de la urbanización cuando una panda de adolescentes descontrolados, de entre 14 y 16 años aproximadamente, llevaban más de media hora en la puerta de casa, a eso de las once de la noche, gritando, empujándose y metiéndose en el jardín de la casa del vecino no sé a cuento de qué.
Lo mejor estaba por venir, aunque era previsible lo que iba a suceder de antemano, ya que al personarse al rato la patrulla de guardia, los “educados chavales” terminaron mofándose de ellos, además de amenazarlos verbalmente soltándoles perlas del estilo “tú no sabes quién es mi padre, pero como le cuente que estás aquí jodiéndonos, se te va a caer el pelo”. Uno se pregunta llegados a este punto… ¿Dónde hemos llegado?, pero sobre todo, ¿hasta dónde vamos a dejar que esto siga yéndose de madre y sin control?
El guardia de seguridad la verdad es que le echó un par de huevos y aguantó con temple la situación, algo casi milagroso a estas alturas de la película, ya que todos sabemos lo que le puede pasar si se le ocurre hacerle algo a “la criatura”. Finalmente, no sé si por la persuasión del operario, o la incapacidad de pensar del chulo de turno y sus amiguetes, estos terminaron largándose a dar por saco a otro lugar. Bendita España y sus «hijos de buen vecino».
Imagen: La Tribuna de Toledo