El hombre del espigón
Los sábados por la tarde toca intentar relajarse. A veces el sistema es coger un libo y dedicarme unas horas a su lectura. Otras montarme en la moto y realizar una de mis rutas preferidas, que termina llevándome, por lo general, a desembocar en la playa de Portman. El lugar es uno de mis favoritos de la zona porque, además de tenerlo relativamente cerca de casa, me sirve para intentar detener el zumbido constante de pensamientos que, por momentos, suele ser atronador.
Mi rutina al llegar siempre, o casi siempre, es la misma: Aparco la moto, me despojo de “los artes” y me siento en uno de los muretes perimetrales que hay en la parte alta del paseo. Desde ahí puedo observar, con una vista totalmente despejada, la bahía al completo, el pequeño embarcadero trasero y como se recorta la costa en dirección a Cartagena con las formas que el agua y el viento han ido tallando en aquel lugar a lo largo de los siglos.
