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Fiestas patronales: Nunca llueve a gusto de todos

El pasado domingo se celebraba el último día de las fiestas patronales del pueblo, donde resido desde hace más de dos décadas. A decir verdad, llevo más tiempo viviendo en él que en cualquier otro, por lo que casi ya se me podría dejar de considerar un foráneo. Sin embargo, aún hay cosas en las que sigo sin establecer un lazo de unión al uso, como por ejemplo participar en el citado evento, algo casi sagrado en la cultura popular del lugar, al igual que ocurre en miles de localidades de nuestro país.

En cualquier caso, el punto y final de más de una semana de extenuante fiesta y actos lúdico-festivos lo hacía, como lo ha hecho siempre, con la gente harta de tanto jolgorio, de tanta comida y de tanto follón. Tengo esta opinión sobre el festejo, y en particular del final del mismo, porque precisamente hace unos años acudí a comer en el último día de las fiestas patronales, previa invitación de unos amigos, a una de las barracas o casetas, o como queramos denominarlas, de las que se montan en el recinto destinado para tal fin.